La mañana de un domingo de julio
Rosario regresó a su pueblo transcurrido el tiempo que dista desde la zoqueta y la gavilla hasta las cosechadoras de luxe y las alpacas cilíndricas. Miraba con curiosidad la transformación del frontón en farmacia cuando las campanas de la torre de la iglesia repicaron el tercer toque para la misa de once. El interior del templo presumía de mano de pintura blanca para los murales y ocre para las estrechas bandas que circunvalaban el templo, Santa Rita continuaba en una capilla lateral como si el tiempo no hubiera pasado.
El sermón versó sobre la capacidad personal que tenemos todos los mortales para distinguir cuando hacemos el bien o el mal, el sacerdote concluyó que no hace falta ser religioso para saber que obras son piadosas y cuales otras no lo son y, en eso, como en la obligatoriedad de pasar la Inspección Técnica de Vehículos estuvimos de acuerdo.
Rosario recibió la sagrada comunión y ese paseo a lo largo del pasillo central de la nave principal provocó la curiosidad en el resto de los feligreses, cuando regresó al último banco ya era La Canterra.
La entrada al templo viene precedida por un porche sobre el que se puede leer en forma de semicírculo “Al único Dios verdadero”, bajo esa sombra se vio Rosario La Canterra rodeada de sus paisanos a los que hacía 58 años que no veía. Las sonrisas, los abrazos y los besos se multiplicaron, rebasaron los límites eclesiásticos, cruzaron las cuatro esquinas y la carretera hasta alcanzar el viejo molino de agua. El cauce cansino del Jiloca se alegró de la avenida pero continúo su discurrir con la tranquilidad del que se sabe testigo de un tiempo que fue.
Los recuerdos volvieron por oleadas, sin orden ni concierto en un mar de emociones que desbordaron los cuerpos enjutos de los abuelos y nos alcanzó a los forasteros con tanta energía que sucumbimos a las mil y unas explicaciones que situaron nuestro desconocimiento genealógico del lugar en la familia de Serafín el Volquetes y Felipe el Canterro, o que nos indicó las propias de la tía Pilar la Caracola o la Dolores la Musina, si hombre sí Pedro el Rebollo y Rafaela la Peseta, ese es el nieto de Mariano Golelas el que era vecino de los Porreto, claro, claro, entonces tu eres el primo hermano de Mari Carmen la Masadera, el hijo del Deal que me enteré de la muerte de tu padre por la Revista de Santa Rita y te acompaño en el sentimiento pero así es la vida y ya ves que Julián el Rosito ni levantarse puede, si a mi me tienes que conocer que me críe junto a la casa del tío Santetes…y de poco a poco se despejó la plaza.
El viento continuó acompañándonos hasta la casa de Grabiela que atendió a los golpes de la puerta desde el cerrojo del corral con morera, cuatro sillas de anea a la sombra, una torta de nueces, vino dulce y noventa y cinco años. La mujer se emocionó con la visita y tanto quiso contar que las lágrimas le impidieron relatar lo acontecido en aquellos días en los que, como Rosario nos recordó más tarde, se portó con ella como una madre más que como una vecina.
Un paseo hasta casa de mis tíos que nos sirvieron de cicerones para reseñar todas las novedades arquitectónicas del pueblo en forma de casas con ladrillos cara vista, turistas valencianos y jóvenes pastores en bicicleta que rezan a otros dioses. La maleza en el antiguo salón de baile que fue sustituido por un flamante edificio multiusos, la plaza dónde aún se celebran las fiestas, la casa que fue de mi padre, la casa de dos pisos dónde nació mi madre y que ahora con tres alturas es un horno de pan, la tierra cubierta por el cemento a lo largo de todas las calles y dos niños que juegan al fútbol, recogen la pelota y nos dicen buenos días con acento del Este. La educación siempre fue el mejor patrimonio de los pueblos.
El sermón versó sobre la capacidad personal que tenemos todos los mortales para distinguir cuando hacemos el bien o el mal, el sacerdote concluyó que no hace falta ser religioso para saber que obras son piadosas y cuales otras no lo son y, en eso, como en la obligatoriedad de pasar la Inspección Técnica de Vehículos estuvimos de acuerdo.
Rosario recibió la sagrada comunión y ese paseo a lo largo del pasillo central de la nave principal provocó la curiosidad en el resto de los feligreses, cuando regresó al último banco ya era La Canterra.
La entrada al templo viene precedida por un porche sobre el que se puede leer en forma de semicírculo “Al único Dios verdadero”, bajo esa sombra se vio Rosario La Canterra rodeada de sus paisanos a los que hacía 58 años que no veía. Las sonrisas, los abrazos y los besos se multiplicaron, rebasaron los límites eclesiásticos, cruzaron las cuatro esquinas y la carretera hasta alcanzar el viejo molino de agua. El cauce cansino del Jiloca se alegró de la avenida pero continúo su discurrir con la tranquilidad del que se sabe testigo de un tiempo que fue.
Los recuerdos volvieron por oleadas, sin orden ni concierto en un mar de emociones que desbordaron los cuerpos enjutos de los abuelos y nos alcanzó a los forasteros con tanta energía que sucumbimos a las mil y unas explicaciones que situaron nuestro desconocimiento genealógico del lugar en la familia de Serafín el Volquetes y Felipe el Canterro, o que nos indicó las propias de la tía Pilar la Caracola o la Dolores la Musina, si hombre sí Pedro el Rebollo y Rafaela la Peseta, ese es el nieto de Mariano Golelas el que era vecino de los Porreto, claro, claro, entonces tu eres el primo hermano de Mari Carmen la Masadera, el hijo del Deal que me enteré de la muerte de tu padre por la Revista de Santa Rita y te acompaño en el sentimiento pero así es la vida y ya ves que Julián el Rosito ni levantarse puede, si a mi me tienes que conocer que me críe junto a la casa del tío Santetes…y de poco a poco se despejó la plaza.
El viento continuó acompañándonos hasta la casa de Grabiela que atendió a los golpes de la puerta desde el cerrojo del corral con morera, cuatro sillas de anea a la sombra, una torta de nueces, vino dulce y noventa y cinco años. La mujer se emocionó con la visita y tanto quiso contar que las lágrimas le impidieron relatar lo acontecido en aquellos días en los que, como Rosario nos recordó más tarde, se portó con ella como una madre más que como una vecina.
Un paseo hasta casa de mis tíos que nos sirvieron de cicerones para reseñar todas las novedades arquitectónicas del pueblo en forma de casas con ladrillos cara vista, turistas valencianos y jóvenes pastores en bicicleta que rezan a otros dioses. La maleza en el antiguo salón de baile que fue sustituido por un flamante edificio multiusos, la plaza dónde aún se celebran las fiestas, la casa que fue de mi padre, la casa de dos pisos dónde nació mi madre y que ahora con tres alturas es un horno de pan, la tierra cubierta por el cemento a lo largo de todas las calles y dos niños que juegan al fútbol, recogen la pelota y nos dicen buenos días con acento del Este. La educación siempre fue el mejor patrimonio de los pueblos.
6 Comments:
De la última frase doy fe.
Y qué bonito que la casa donde nació la madre de uno haya crecido un piso y albergue un horno de pan... ¡Nacen cosas ricas todos los días y te sientes un poco hermano de ellas!
Vivo en un pueblo, asi que me siento como en casa al leerte.Un abrazo.
Hola Inde.
Hmmm es una buena idea pensar en barras y panecillos como familiares.
Salu2 córneos.
Hola Gubia.
En realidad, esta bitácora es tú casa ;-)
Salu2 Córneos.
Me encanta este pequeño relato. Me recuerda mis años de infancia en Aliaga, otro pueblo que se transforma sin remedio.
Hola Jose Marco.
La foto del post esta tomada en un campo entre Alfambra y Santa Eulalia.
Salu2 Córneos
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