tricicle GARRICK
Los puntitos rojos y caminantes anunciaban una bocatería, pero lo que me hizo entrar fueron las frases en latín decorando los cristales de las ventanas y que fui incapaz de traducir, a excepción de la extraída de los tebeos de Asterix: Alea jacta est.
La carta era amplia pero no necesité leerla, sólo tenía ojos y jugos gástricos para el bocadillo de lomo con pimientos verdes, queso y cebolla pochada. ¿Un bar que presume de servir bocadillos y sin pan a las ocho y cuarto de la tarde? Increíble pero cierto. Me tragué la bola con acento más allá de Berlín de «se lo preparamos en diez minutos». Pasaron los diez minutos, quince más y los necesarios hasta completar media horita larga. En circunstancias normales era una espera que podía haber perdonado, el bocadillo olía a gloria celestial, pero tenía la hora pegada al culo. Valoré la posibilidad de tragarme aquel manjar en cuatro bocados, salir corriendo y digerirlo en la planta segunda, fila segunda, segunda butaca del Teatro Principal, la idea sonaba tan poco seductora que opté por el «¿Me lo pone para llevar?»
Era la primera vez que iba al teatro con un bocadillo en el bolso y comprobé como mis vecinos de localidad husmeaban el ambiente a la búsqueda del origen de aquellos efluvios tan sabrosos. Una señora con cara de avispada ya estaba en la zona de caliente-caliente cuando el técnico de iluminación me salvo con un fundido a negro.
David Garrick, según reza en programa de mano, era un actor inglés del siglo XVIII que los médicos de la época recomendaban para lo mismo que los de ahora recetan el Prozac: Para sanar cualquier pena del alma. Con esa premisa, el Tricicle declara que sus intenciones con este espectáculo son las de hacer olvidar al espectador sus problemas además de invitarle a mover los cuatrocientos músculos necesarios para morirse de la risa.
Joan Grácia, Paco Mir y Carles Sans salieron a escena y con ese mostrase ya provocaron las primeras risas y aplausos. Fue una situación que me recordó una de esas frases que no se sabe muy bien quien la ha dicho y, por lo tanto, se le atribuye automáticamente a Oscar Wilde, algo así como: No reírse de nada es de estúpidos, reírse de todo es de tontos.
Ahora debería loar toda la labor artística de Tricicle a lo largo de sus veinte años de carrera, de lo mucho que me he divertido con sus anteriores montajes y de cómo todavía sigo intentando, frente al espejo del baño, remedar la coreografía del ya mítico “Soy un truhán, soy un señor” de su primigenio “Manicomic” Y debería decir todo esto para curarme en salud cuando afirme que no me gustó la primera parte del espectáculo. Estuve demasiado minutos sin reírme, comprobando como se recurría a recursos ya utilizados en otras ocasiones, pensando en lo espectacular que hubiera sido la puesta en escena del video proyectado sobre una pantalla, alucinando como el trío que ha elevado a las más altas cotas del arte de la representación el gesto, la mueca, la expresión corporal, el silencio en definitiva…alucinando, decía, cuando se pusieron a cantar, a cantar bien, pero a cantar ¡¡Tricicle cantando!! ¿a que suena raro?
Pero no se asusten. Mediada la función la cosa se enderezó y regresamos a la senda que nunca se debería haber abandonado. Los sketches volvieron a tener chispa, ritmo y una presencia escénica de altura. Mundos que nacen de lo cotidiano para destilarse en el alambique de la genialidad de estos hombres de teatro. Un espectáculo que divierte y entretiene pero que no alcanza el altísimo listón de otros montajes.
De regreso a casa recordé que el bocadillo de lomo con pimientos verdes, queso y cebolla pochada continuaba en mi bolso. Me detuve en el Kiosco del Parque de Villafeliche y entre bocado y bocado me ventilé un trío de tubitos de cerveza. Con la barriga saciada me dio por pensar que tal vez hubiera sido un acierto ventilarme el bocata en el bar de las chicas del Este, llegar tarde al inicio de la representación y disfrutar de la segunda parte de Garrick. Sonreí, no por lo atípico de la idea, si no para cumplir con las trescientas veces al día que ríen los niños, un método fácil, económico y efectivo de ser feliz. Pero claro, al poco de iniciar la risoterapia me acordé de la frase de Oscar Wilde y deduje que se me podría calificar de pelín tonto porque, al fin y al cabo, no tenía nada nuevo de que reírme.
La carta era amplia pero no necesité leerla, sólo tenía ojos y jugos gástricos para el bocadillo de lomo con pimientos verdes, queso y cebolla pochada. ¿Un bar que presume de servir bocadillos y sin pan a las ocho y cuarto de la tarde? Increíble pero cierto. Me tragué la bola con acento más allá de Berlín de «se lo preparamos en diez minutos». Pasaron los diez minutos, quince más y los necesarios hasta completar media horita larga. En circunstancias normales era una espera que podía haber perdonado, el bocadillo olía a gloria celestial, pero tenía la hora pegada al culo. Valoré la posibilidad de tragarme aquel manjar en cuatro bocados, salir corriendo y digerirlo en la planta segunda, fila segunda, segunda butaca del Teatro Principal, la idea sonaba tan poco seductora que opté por el «¿Me lo pone para llevar?»
Era la primera vez que iba al teatro con un bocadillo en el bolso y comprobé como mis vecinos de localidad husmeaban el ambiente a la búsqueda del origen de aquellos efluvios tan sabrosos. Una señora con cara de avispada ya estaba en la zona de caliente-caliente cuando el técnico de iluminación me salvo con un fundido a negro.
David Garrick, según reza en programa de mano, era un actor inglés del siglo XVIII que los médicos de la época recomendaban para lo mismo que los de ahora recetan el Prozac: Para sanar cualquier pena del alma. Con esa premisa, el Tricicle declara que sus intenciones con este espectáculo son las de hacer olvidar al espectador sus problemas además de invitarle a mover los cuatrocientos músculos necesarios para morirse de la risa.
Joan Grácia, Paco Mir y Carles Sans salieron a escena y con ese mostrase ya provocaron las primeras risas y aplausos. Fue una situación que me recordó una de esas frases que no se sabe muy bien quien la ha dicho y, por lo tanto, se le atribuye automáticamente a Oscar Wilde, algo así como: No reírse de nada es de estúpidos, reírse de todo es de tontos.
Ahora debería loar toda la labor artística de Tricicle a lo largo de sus veinte años de carrera, de lo mucho que me he divertido con sus anteriores montajes y de cómo todavía sigo intentando, frente al espejo del baño, remedar la coreografía del ya mítico “Soy un truhán, soy un señor” de su primigenio “Manicomic” Y debería decir todo esto para curarme en salud cuando afirme que no me gustó la primera parte del espectáculo. Estuve demasiado minutos sin reírme, comprobando como se recurría a recursos ya utilizados en otras ocasiones, pensando en lo espectacular que hubiera sido la puesta en escena del video proyectado sobre una pantalla, alucinando como el trío que ha elevado a las más altas cotas del arte de la representación el gesto, la mueca, la expresión corporal, el silencio en definitiva…alucinando, decía, cuando se pusieron a cantar, a cantar bien, pero a cantar ¡¡Tricicle cantando!! ¿a que suena raro?
Pero no se asusten. Mediada la función la cosa se enderezó y regresamos a la senda que nunca se debería haber abandonado. Los sketches volvieron a tener chispa, ritmo y una presencia escénica de altura. Mundos que nacen de lo cotidiano para destilarse en el alambique de la genialidad de estos hombres de teatro. Un espectáculo que divierte y entretiene pero que no alcanza el altísimo listón de otros montajes.
De regreso a casa recordé que el bocadillo de lomo con pimientos verdes, queso y cebolla pochada continuaba en mi bolso. Me detuve en el Kiosco del Parque de Villafeliche y entre bocado y bocado me ventilé un trío de tubitos de cerveza. Con la barriga saciada me dio por pensar que tal vez hubiera sido un acierto ventilarme el bocata en el bar de las chicas del Este, llegar tarde al inicio de la representación y disfrutar de la segunda parte de Garrick. Sonreí, no por lo atípico de la idea, si no para cumplir con las trescientas veces al día que ríen los niños, un método fácil, económico y efectivo de ser feliz. Pero claro, al poco de iniciar la risoterapia me acordé de la frase de Oscar Wilde y deduje que se me podría calificar de pelín tonto porque, al fin y al cabo, no tenía nada nuevo de que reírme.
8 Comments:
tú ríete todo lo que puedas, y cuando te llamen tonto, ríete también, que es muy sano, y favorece.
Yo a estos chicos no hago más que encontrármelos por el barrio, al final, voy a tener que ir a verlos...
Los he visto un par de veces, cada vez ha sido mejor. Me asusta un poco eso de verlos y que no me arranquen sonrisas...
(¿Te suena de algo un programa llado la pluma roja?)
Hola Paula.
Siempre he procurado tener la risa por bandera pero nunca he estado en ese estado en el que te ríes por todo, sin venir a cuento o porque te has gastado treinta euros en la entrada. La risa si pero con inteligencia.
¡¡¡¡Qué los ves por el barrio... eos se avisa!!! Daría un nosequé por hablar un par de minutos con estos tipos tan brillantes.
Salu2 Córneos.
Hola Detective.
Es lluy difícil mantener el listón siempre ahí arriba. No pasa nada por reconocer que se ha bajado un poco, creo que es normal.
Me paso algo parecido con Les Luthiers... esa décima de segundo en la que descubres en gag evita que disfrutes tanto como en los primeros tiempos.
¿Pluma Roja? No tengo ni idea.
Salu2 Córneos.
Siempre disfruto mucho del espectáculo del teatro en directo y es un humor tan inteligente mucho más. Y siempre disfruto como la primera vez, aunque el arrancarte la sonrisa tal vez depemde más del estado del ánimo personal del espectador ¿no crees?
Un beso.
Hola Gaia56
Ante un comentario tan afinado como el tuyo no me queda más remedio que reconocer que, efectivamente, quizás mi estado de ánimo personal no era el más adecuado pero... era el mío y desde ahí tengo que escribir no me queda más remedio, además esa es una de las finalidades del espectáculo: Hacer reir, para sanar, al que no lo hace.
Salu2 Córneos y un beso.
Me encantan pero reconozco que los he visto solo en TV y seguro que en el teatro son mejor.
No debe ser fácil, no, mantener el listón...y los espectadores también vamos cambiando...pero al final todo ok, que es lo que hace falta.
Yo me reiría todo lo que pudiese. De hecho lo hago.
Hola Lamima
El teatro tiene un encanto que desde luego no tiene la televisión pero... esos primeros planos televisivos son impagables ;-)
Es muy difícil alcanzar siempre la excelencia en las artes representativas y en cualquiera otras.
Es bueno reirse todo lo que uno pueda, yo también lo intento, pero ya sabes... sin que se le vaya a uno la mano porque si no corres el riesgo de convertirte en una de esas risas de caja con las que llenan las series de televisión para dirigir tu propia sonrisa.
¿No te ha pasado que las risas enlatadas de la televisión son un obstáculo más que una ayuda para la risa natural sin conservantes ni colorantes?
A eso me refiero: Muchas risas pero ninguna enlatada.
Salu2 Córneos.
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