La curvatura de la córnea

18 abril 2007

La Finca Soto (3ª y última parte)

El sol se escondió tras las copas de los eucaliptos y conectó el alumbrado exterior. Las lámparas fluorescentes de vapor de mercurio tosieron repetidas veces hasta que sus rayos se mezclaron con las últimas luces del día.
Pedro se plantó entre los jóvenes olivos, abrió los brazos y se puso a la pata coja.
— Esto me lo enseñó mi abuelo. Ya veras.
El ritual consistió en graznidos guturales y ondulantes vaivenes entre manos y los pies. El tráfico de gallinas, que hasta entonces había sido caótico, se ordenó en una hilera. La formación avícola era perfecta y casi todas caminaban al paso marcial que Pedro marcaba hasta detenerse en los bebederos instalados en el interior de la jaula. Tan sólo una de ellas continuó acostada sobre el hueco recién escarbado en la tierra.
— Mira la Desplumá. La muy hija de su madre. Mírala. Mira la muy puñetera. Pues hoy te vas joder que te quedas a dormir al raso.
Pedro cerró la puerta de la jaula con mucho genio y colocó unas lastras de piedra para evitar que los gorriones gorronearan el grano.
— Esta noche cantará la lechuza — afirmó.
El gallo americano se había cansado de desfilar de un lado para otro de la jaula y reposaba sobre una rama seca. Abrió el pico y bostezó. Mi presencia, que tanto le excitó en un principio, le había acabado por aburrir. Un tipo con cara de anonadado no debe ser el mejor de los entretenimientos.
La noche levantó una frontera entre el brillo incandescente de la Finca Soto y la oscuridad más allá de los muros. Los faros de un automóvil desgarraron las sombras hasta detenerse junto a la cancela.
El sonido del claxón levantó a tía y sobrina de los sillones orejeros, Pedro corrió para dejar el paso libre y yo sentí un cosquilleó en el estómago ante la perspectiva de pasar toda la noche charlando con un poeta. Tenía un ciento de preguntas por hacerle sobre sus años en el Nueva York de los Beatles, sobre las repercusiones de la lectura de su poema “Fuego” en la Sevilla de los primeros años de la larga travesía, ¿qué cambios orgánicos eran necesarios para pasar del verso la prosa y viceversa? Imaginé una velada de luna entre copas de brandy y la literatura.
Don Ramón en funciones de copiloto, al volante su esposa y los asientos de atrás ocupados por un matrimonio de la misma quinta que el anfitrión. Descendieron del automóvil con una inesperada agilidad. Así que, cuando Pedro y yo llegamos a la altura del Volvo, los señores y sus invitados ya habían entablado conversación con las mujeres.
La tía Antonia me presentó como el marido de su sobrina. Los recién llegados apretaron mi mano con esa educación destilada por lustros de comer bien, misa dominical desde la pila de bautismo hasta el poder y una cuenta corriente sin cuestas de enero ni fin de mes. Nadie hizo ningún comentario desagradable sobre mi actitud bobalicona compuesta por cara de pan, boca abierta y silencio sepulcral, sólo mi mujer me miró como cuando las borracheras juveniles me dejaban noqueado.
El hombre de las fotos serigrafiadas en las puertas se personificó de blanco inmaculado desde los botines hasta la gorra de Chanel, pasando por un pantalón que me dio la impresión del más barato tergal y una camiseta de cuello alto ajustada a la caja torácica dónde el latido del corazón dejaba marcado su ritmo. La piel era de leche sin rastro de venas y un finísimo estilete de níveo bigotito me sobresaltó. Me chocó la mano con delicadeza. La sensación física en el tacto fue escalofriante, pero lo que me dejó en otra dimensión fue la evidente percepción visual de encontrarme ante la imagen rediviva de Francisco Franco.
La sabiduría femenina disolvió la tensión con una de esas conversaciones prácticas, educadas y sin mucho peligro. La señora fue virando sus palabras sin perder la compostura hasta explicar que la tradicional cena entre ellos, el ama de llaves, su novio, además de la inesperada familia aragonesa recién llegada, no se podía celebrar. La ruta que siguieron sus frases fue una lección magistral de sugerir sin ordenar. El tono meloso que deslizan los unos para hablar con los otros nos recordó todas las maravillas que contenía el edificio de al lado: El salón encalado, los muebles rústicos, una bomba de calor recién instalada y la cocina equipada a tutiplé. La lechuza cantó por primera vez.

El espectáculo comenzó en la cocina.
— Ya verás que color les da el trigo.
Antonia rompió las cáscaras para presentarnos dos huevos redondos, apretaditos y de un amarillo muy intenso. La inclinación del plato los sumergió en un baño rusiente dónde la untuosidad milagrosa de aceito chisporroteó mientras se producía el milagro.
— ¿Los quieres poco hechos o con puntillas?
Siempre los había comido poco hechos pero pensé que la tierra de los fandangos bien se merecía un cambio en mis costumbres gastronómicas. La decisión fue un acierto. Los huevos fritos estaban deliciosos a la vera de un riojano con los taninos resueltos a revolucionar los paladares. Rellenaba los vasos cuando el silencio entró por la puerta.
Don Ramón se había despojado de la gorra. La cabeza rala le daba un aire augusto que se asentó con la gravedad de su voz.
— Toma Antonia, es de malta, de la marca que más te gusta.
Y mostró una botella como quien bota un trasatlántico.
— Resulta que a los setenta y cinco años — dijo Antonia, — me ha dado por beber güisqui.
Don Ramón ensalzó su devoción hacía la Santísima Virgen del Pilar y se marchó por donde había venido. La conversación se resistió a regresar a los contornos de la mesa así que me dediqué a rebañar el plato con la precisión de un profesional.
El espeso silencio fue roto por la presencia de la señora. La estancia se llenó de palabras cada vez menos melosas y una bandeja de bogavante cocido abarcó todo el hule.
— Para que lo gusten, que tenemos mucho sólo para cuatro.
La lechuza cantó por segunda vez.
Mi mujer insistió mucho para que me fuera a dormir nada más cenar. Pero yo no tenía sueño. El borboteo de una historia bullía en mi cerebro buscando el tono adecuado, un título brillante o la revelación de la primera frase.
— Me gustaría leer la obra que vamos a representar en junio, — mentí. — Me he traído el texto. Además me gustaría escuchar el canto de la lechuza.

Emborroné todas las hojas hasta que ya no quedaron más. Pasé las hojas hacía delante y hacía atrás. No pude leer nada en aquella maraña de culebrillas y tachones. Volvió la frustración. Tuve un arrebato postrero por parar y mandar como si fuera un maestro en la Maestranza. Las ideas mansearon en tablas y el maletilla corrió acojonado a esconderse: Me ahogué, abrí el cerrojo y salí a la noche. Hacía frío.
La escena pedía un cigarro pero no tenía ni puta idea de fumar, tampoco tenía tabaco, ni fuego, ni la clase necesaria para esculpir volutas de humo. Me senté junto a la fuente, los dos mudos, no había agua serena, ni tintineo de primavera, sólo la luz artificial derrochado sus lúmenes sobre los colores naturales saturados de artificio. Las sombras se multiplicaron en abanico, las frases se ahogaron, los verbos huyeron, no hubo tregua ni para la falta de ingenio ni para la nula creatividad. La noche me abandonó entre las risitas al otro lado de las ventanas señoriales, a los pies de las risitas en el recibidor, a merced de las risitas.

La señora cruzó el patio que unía las dos casas. Era mucho más joven que el señorito. La melena de bucles ronroneaba a cada paso. Estaba entrada en carnes pero mantenía el recuerdo de lo que tuvo que ser una figura para admirar. Iba maquillada para el campo, sin colorete, ni raya en los ojos pero con demasiado pinta labios para un chándal tan horroroso.
— Quita el coche de ahí…
Me sorprendió que la tenue arena de su piel fuera natural.
— … así me evito hacer una maniobra.
Intentó imitar el acento chicharrero…
— ¡Vamos espabila!
… pero seguro que era canariona.
— Necesito mover el coche para llevar al pueblo a Don Luís y a su esposa.
Lo que realmente me molestó fue la palmada. Su sonido efervescente rebotó en las paredes de la cavidad craneal y estimuló el recuerdo de los pasillos de la EGeBé con reglazos en los tobillos, ajo en la punta de los dedos y una borracha impartiendo clase de inglés: La misma palmada de ordeno y mando, una palmada autoritaria, la palmada al compás para que baile el aparcero. La lechuza cantó por tercera vez.
El tacto de la madera del mango era suave. Me resultó imposible calcular cuanto tiempo hacía que no cogía una pala entre mis manos. Fue un golpe seco. No tuve que decidir ni la potencia ni la velocidad porque fue gesto automático, un movimiento preciso que estampó la cara cóncava del metal contra su rostro desencajado.
Don Ramón, Don Luís y su señora fueron testigos mudos. Ellos temblaban al ritmo de la coreografía del miedo, ella lloriqueaba abrazada a un chal y yo me sentí dentro de un musical. Giré sobre las puntas de los dedos de los pies con la pala en funciones de molinete hasta que el lado convexo arrasó las lágrimas de la abuela.
No pude parar. El baile me arrebató hasta el paroxismo necesario para seccionar con el filo metálico de mi compañera en la danza el cuello de Don Luís que rodó en círculos hasta posarse bajo la Virgen sin nombre que presidía el patio.
Don Ramón cayó al suelo. Yo también estuve a punto de caer y deje de bailar. Me aproximé hasta su cuerpo tembloroso y lo apaleé de pies a cabeza con todas las fuerzas que había reservado a lo largo de mi vida para utilizarlas en aquel momento de éxtasis, vísceras y sangre.
Pedro me quitó el arma homicida y pensó una cama de leña seca en el fondo vacío de la piscina sobre la que depositar los cadáveres y sacar a pasear el chisquero. El fuego purificó las culpas, ahuyentó los fantasmas de la conciencia y transformó la energía potencial de las palabras en una cascada incontenible de líneas. El calor de la hoguera mantuvo en ascuas la imaginación hasta que el viento azul del sur arrastró las cenizas al cauce del río rojo y todo se olvidó.
El gallo cantó para despertar a las féminas. Mi mujer se desperezó bañada por el sol y su tía Antonia gritó entre los jóvenes olivos su enfado monumental.
— Otra noche que ha pasado al raso la muy puñetera de la Desplumá.

10 Comments:

At 18 abril, 2007 18:13, Blogger El detective amaestrado said...

Cielos santo, vaya aportación al decimonónico pleito insular entre chichas y canariones...
Brido con ron miel por estas palabras de Sota, Caballo y Rey

 
At 18 abril, 2007 21:20, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Detective.

¡¡Esa era la palabra!!

Se me resistió chicharrero durante días. Así que he editado tinerfeño.

Venga esa copita de ron, que sean mejor tres: Una por la Sota, otra por el Caballo y la final por el Rey.

Salu2 Córneos, maestro.

 
At 19 abril, 2007 18:07, Blogger Gubia said...

Acabo de leerte y por casualidad me he encontrado una pala por aquí y he vuelto a vivir lo leido.
Por cierto yo también brindo con el detective y contigo.
Un abrazo.

 
At 20 abril, 2007 16:19, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Gubia.

Espero que la utilización que hagas de la pala sea la que se explica en el manual de uso, nada de copiar el texto, eh ;-)

Salu2 Córneos y un abrazo.

 
At 22 abril, 2007 02:29, Blogger maite said...

chin chin!!!

 
At 22 abril, 2007 20:40, Blogger Paula said...

ole ole y ole


Y me has tenido en vilo hasta el final

asi que, brindemos otra vez

(vosotros estareis chisposillos ya, jiji)

un besico

 
At 23 abril, 2007 17:26, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Maite.

Chin, chin y rompámos las copas a nuestras espaldas, sin pudor, sin miedo y que siga la juerga de brindis.

SAlu2 Córchinchineros.

 
At 23 abril, 2007 17:28, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Paula.

¡¡me alegro tanto de ese vilo!!

Brindemos, brifdefmof todafs lasf vecefs que haga falfta.

Venfga Palofma, safca ese vinifllo dulcef de la repisa y unosf dulcefs caserosf, hip.

Salu2f Córfneof y un befsico.

 
At 24 abril, 2007 14:38, Anonymous Anónimo said...

¡Que locura! me recuerdas a una compañera de trabajo que, cuando está muy mosqueada con alguien, sueña que le abofetea. Una liberación, dice.
...y la pobre Desplumá al raso. Maltrato animal, oye.

 
At 24 abril, 2007 23:15, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Lamima.

Así me gusta: Receta para solucionar los malos rollos.

No, no hay maltrato animal, ¡ay esa visión urbanita sobre los animales!, vale ya me imagino que es broma pero cuelo el asunto ;-)

La Desplumá la imagino muy orgullosa de sus noches al raso y vete tu a saber que más cosas...

Salu2 Córneos.

 

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