La radio
Fotografía tomada del Museo de la Radio de Luis del Olmo
El primer aparato de radio de mi vida lo recuerdo con unos enormes botones cuadrados de color natilla. Estaba en una diminuta mesilla de la galería que unía la cocina con la despensa y el retrete. Los veranos con un calor de justicia del Barrio del Piojo refrescaban en aquella estancia donde mi madre cosía mientras las aventuras amorosas de Lucecita traspasaban las ondas hertzianas para incitar no sólo a mi imaginación. Aquellas lubricidades infantiles venían provocadas, más que por la voz engolada de Manolo Otero, por las instantáneas en recuadros y subtítulos que convirtieron la radio novela en foto novela, y a la Lucecita de papel couche, Carmen Hernández en el papel de niña abandonada, criada despreciada y amante del señorito, en la dueña de todos mis pensamientos hasta que los trípticos de chicas en bikini decoraron las paredes de la peña y ya nada fue igual.
Nunca sospeché que el viaje de mi hermano con su novia y unos amigos a Andorra la Bella cambiaría mi vida. Aquella excursión diseñada para disfrutar de la sensación de cruzar fronteras terminó con el registro exhaustivo del Mini 1000 en busca de productos no declarados, el acojonamiento de los españolitos viajeros y una radio de transistores camuflada perfectamente.
Lo fundamental de aquel aparato fue su tamaño porque facilitó su transporte de un enchufe a otro. Así que empezó a acompañarme al baño, sobre la mesa de cocina y cada noche en mi cama. Cuando todas las luces se apagaban y los ecos televisivos expiraban con la carta de ajuste llegaba la hora mágica de las palabras y de la música. Desenchufaba la lamparita que decoraba la mesilla de noche, conectaba la radio y comenzaba la caza de las frecuencias. Entre ruidos, grillos y chirridos del dial surgían las voces de la noche que transformaban las sábanas en sabanas, la oscuridad en refugio de taxistas y putas y las bolsas de agua caliente en los mares del Sur donde buceaba en busca de sirenas de carne y escamas. Y me quedé colgado de la radio para siempre, conmigo duerme todas las noches, nunca me ha fallado y creo que no podría vivir sin ella.
La dirección del Teatro de la Estación tuvo a bien invitarme para ir a las tripas de la radio en calidad de alumno de sus cursos de interpretación. La alegría me duró todo el lunes, la mañana del martes y a las seis y cuarto de la tarde estaba en la puerta de Aragón Radio dónde di un salto espacio-tiempo como si estuviera en Matrix, por primera vez tuve la suerte de recorrer el camino que fue desde el Sunstech Mp3 Player FM Radio, continuó por los auriculares, conectó con las ondas y aterrizó en el hall del edificio. Allí encontré a Mila. Ella era la otra alumna que iba a intervenir en el programa, va a la clase de los lunes, así que no nos conocíamos, me gustó mucho la tonalidad de su voz y le auguré, como así sucedió, que sus opiniones iban a colorear las ondas. Se notó que estábamos un poco alterados porque no dejábamos de hablar a la vez, nos pisábamos los comentarios y cada dos por tres me sobrevenían esas extrañas risitas nerviosas que tan poco me gustan.
La llegada de Alicia nos calmó un poco, la secretaria del programa nos llevó hasta la antesala del estudio dónde nos sirvió café, agua y su amable presencia. Faltaban cinco minutos para salir al aire cuando una pausa publicitaria y musical permitió a los locutores de Escúchate venir a buscarnos.
Javier Vázquez y Rafael Moyano causaron buenas vibraciones de inmediato con sus sonrisas, sus amables palabras y la conversación previa que nos lanzó hasta salir en antena. Disfruté con intensidad durante los nueve minutos en los que el espacio mágico de la comunicación estuvo a nuestra disposición: Una mesa en semicírculo, micrófonos rojos, auriculares negros, la pecera del técnico y las palabras. La experiencia ha sido inolvidable.
Nunca sospeché que el viaje de mi hermano con su novia y unos amigos a Andorra la Bella cambiaría mi vida. Aquella excursión diseñada para disfrutar de la sensación de cruzar fronteras terminó con el registro exhaustivo del Mini 1000 en busca de productos no declarados, el acojonamiento de los españolitos viajeros y una radio de transistores camuflada perfectamente.
Lo fundamental de aquel aparato fue su tamaño porque facilitó su transporte de un enchufe a otro. Así que empezó a acompañarme al baño, sobre la mesa de cocina y cada noche en mi cama. Cuando todas las luces se apagaban y los ecos televisivos expiraban con la carta de ajuste llegaba la hora mágica de las palabras y de la música. Desenchufaba la lamparita que decoraba la mesilla de noche, conectaba la radio y comenzaba la caza de las frecuencias. Entre ruidos, grillos y chirridos del dial surgían las voces de la noche que transformaban las sábanas en sabanas, la oscuridad en refugio de taxistas y putas y las bolsas de agua caliente en los mares del Sur donde buceaba en busca de sirenas de carne y escamas. Y me quedé colgado de la radio para siempre, conmigo duerme todas las noches, nunca me ha fallado y creo que no podría vivir sin ella.
La dirección del Teatro de la Estación tuvo a bien invitarme para ir a las tripas de la radio en calidad de alumno de sus cursos de interpretación. La alegría me duró todo el lunes, la mañana del martes y a las seis y cuarto de la tarde estaba en la puerta de Aragón Radio dónde di un salto espacio-tiempo como si estuviera en Matrix, por primera vez tuve la suerte de recorrer el camino que fue desde el Sunstech Mp3 Player FM Radio, continuó por los auriculares, conectó con las ondas y aterrizó en el hall del edificio. Allí encontré a Mila. Ella era la otra alumna que iba a intervenir en el programa, va a la clase de los lunes, así que no nos conocíamos, me gustó mucho la tonalidad de su voz y le auguré, como así sucedió, que sus opiniones iban a colorear las ondas. Se notó que estábamos un poco alterados porque no dejábamos de hablar a la vez, nos pisábamos los comentarios y cada dos por tres me sobrevenían esas extrañas risitas nerviosas que tan poco me gustan.
La llegada de Alicia nos calmó un poco, la secretaria del programa nos llevó hasta la antesala del estudio dónde nos sirvió café, agua y su amable presencia. Faltaban cinco minutos para salir al aire cuando una pausa publicitaria y musical permitió a los locutores de Escúchate venir a buscarnos.
Javier Vázquez y Rafael Moyano causaron buenas vibraciones de inmediato con sus sonrisas, sus amables palabras y la conversación previa que nos lanzó hasta salir en antena. Disfruté con intensidad durante los nueve minutos en los que el espacio mágico de la comunicación estuvo a nuestra disposición: Una mesa en semicírculo, micrófonos rojos, auriculares negros, la pecera del técnico y las palabras. La experiencia ha sido inolvidable.
13 Comments:
La primera radio que uno tiene como propia es como l aprimera novia, nunca se olvida...Y eso de oírse por la radio, eso si que es un placer reservado a los dioses
Hola Detective.
Las primeras cosas... ¿por qué tenemos esa manía de las primeras cosas, de ser los primeros? ¿Es mejor el primer beso, ese que debemos recordar, que el de esta noche?
Me gustaría leerte algunas de las primeras cosas sobre amores trigonométricos, sueños canariones y desayunos con gofio.
El placer que tenemos reservado es leerte.
Salu2 Córneos.
En la primera radio de mi madre, trataba escuchar onda corta, dónde se oían voces de radioaficcionados. Quién me diría a mí, que desde allí ya buscaba vuestros blogs. Un abrazo.
Hola Laura.
¡La onda corta! a veces desplazaba el dial de una punta a otra. Todo eran ruidos y agudos pitidos. Por la noche podía sintonizar algunas emisoras que sonaban lejanas, allí escuché árabe, francés y música de jazz, aunque entonces no sabía como se llamaba.
Al leerte estoy pensando que tal vez, cuando escribí en este post eso de "sábanas en sabanas" mi subconsciente estuviera pensando en ti.
Salu2 Córneos.
Mis ataduras a la radio viene de lejos...ahora en mi casa hay 7-9 radios con enchufe, más dos móviles...;);)...saludos Javier.
pues yo también tengo el recuerdo de una radio parecida a la que sale en tu fotografía. Mi hermano luchó y luchó por arreglarla una vez que se estropeó, y al desmontarla y volverla a montar, se dio cuenta de que o los técnicos la habían montado con piezas de más, o el no las había colocado todas.
Durante mi adolescencia le robé horas al sueño para descubrir todas las músicas que sonaban en la noche. y hubo unos años en que participé en varios programas con unos amigos... aunque esa es otra historia.
Ahora la tengo bastante abandonada. Será que me estoy haciendo mayor.
Un abrazo, Javier
Y mucha mierda
HOla Fernando.
Ataduras de amor, supongo ;-)
Ataduras hardcore sex, supongo ;-)
Ata-duras.
Salu2 Córneos.
Hola Paula.
Las tripas de esas radios eran bosques de lámparas. Mi cuñado las arreglaba en el pueblo y recuerdo un maletín negro con cientos de lámparas de todos los tamaños.
La historia de tu hermano tiene un gran relato porque estoy seguro que cuando la desmontaba y la volvía a montar las frecuencias cambiaban, las emisoras ya no eran las mismas, ni los programas, ni la música. Cada día un mundo hertziano nuevo y diseñado por él.
Una fantasía... o no.
Salu2 Córneos.
Javi:
Entonces, la radio ha sido fiel compañera tuya. La asociación de este medio con mi abuela me arroja gratos recuerdos. La observaba lavar su ropa y escuchar sus radionovelas, me encantaban los efectos ambientales.
Hola Monique.
La radio ha sido, no sólo compañía, me ha enseñado mucho de música, política, el arte del debate y un largo etc.
Salu2 córneos.
Hola aperezmorte
El medio esta por encima de los intereses políticos y mediáticos, sólo hay que aprender a escuchar, discernir y valorar... y darle vidilla al dial.
¡¡Qué bien suena ese Salu2 Córneos en la voz de un poeta!!
En fin, yo sigo con el mío ;-)
Salu2 Córneos.
Yo también recuerdo la primera radio que tenía mi madre, era enorme y preciosa. Cuantas veces se lamenta de haberla vendido...
Y también me declaro adicta a la radio. Por las mañanas paseo por las habitaciones haciendo las camas con una radio pequeñita en el bolsillo del albornoz abriéndome el día al mundo. Y tengo otra fija en la cocina, y siempre la escucho en el coche...
Eso de verle "las tripas" debe estar bien. Sobre todo con buenos profesionales... felicidades por la experiencia
Hola Lamima
Me gusta esa imágen de la radio tronando dentro del bolsillo del albornoz, porque me gusta así, nada de cascos auriculares, ¿verdad?
Salu2 Córneos.
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