Del Japón a la cumbia
Esta entrada recoge el guante que Closada me lanzó entre yuca y palma
Había oído hablar tantas veces del Kokura que temía una decepción que seguramente estará más ligada a los fines de semana, cuando la afluencia al local aumenta de forma tan considerable que la espera causa estragos en la paciencia de los comensales. Al menos eso he leído en algunos dominios de Internet.
Nos recibieron con unas batas de flores para evitar salpicaduras. La camarera estuvo lista y al ver las dimensiones de algunos de mis amigos corrió a por otros modelos, igual de coloridos pero de un par de tallas más grandes. La primera sorpresa fue compartir mesa con otros comensales hasta completar los ocho puestos que rodean la gran plancha que en pocos minutos se convirtió en el Teatro de las Ilusiones, en este caso gastronómico.
No podré enumerar en que consistió el menú que elegí porque a día de hoy no estoy seguro de lo que nos sirvieron y porque me quedé boquiabierto y ojiplato con las habilidades del cocinero. Reconozco que estoy enganchado, Karlos Arguiñano tiene mucha culpa, a los programas de cocina de televisión. Me gusta ver como se va desarrollando cualquier receta, esa mágica conversión de los productos frescos a platos elaborados para disfrutar de olores, colores y sabores.
Pero lo del cocinero japonés era otro estilo. Ayudado por dos espátulas, un par de cuchillos y un tenedor de trinchar se dedicó a elaborar los platos delante de nuestras narices con un oficio que acabó convirtiéndose en ballet de vinagre, molinillo rítmico de pimienta y un salero musical. Hubo momentos, en este punto influyó el vino trasegado, en los que aplaudimos con una alegría muy alejada del gourmet.
Helados, cafés, chupitos y algún espléndido que pidió a la camarera que no se llevara la botella. Ese fue el signo inequívoco de que la noche acabaría rumbera.
La ruta de cubatitas fue una de las habituales hasta que mi memoria golpeó al sentido del ritmo.
— Toc, toc. — dijo — Esta noche en el Calaveras y Diablillos pincha Boogalero DJ con su cargamento de reggae, rumba y patxanga.
La propuesta fue aceptada y el viento festivo viró en dirección a la calle Heroísmo. Era la primera vez que iba a ese garito y en la puerta, antes de entrar, noté el regreso de ese instinto animal que creía perdido, la sensación corporal, biológica, de que el sitio me iba a gustar.
La niebla de nicotina entonaba el lugar. Un esqueleto alojado en la pared del fondo a la izquierda me sugirió la ruta del fondo a la derecha, allí había sitio y pista de baile. Los pies se fueron por derecho, las palmas sabrosas no dejaron de sonar y no son pa´ caminar, que son pa´ bailar, que son pa´ gozar
El Gitano Antón, al que todo el mundo camelaba, sonaba en los altavoces. El Rey Peret con Macaco y la máquina musical de los excepcionales Ojos de Brujo. Bizqueé hasta el puesto del pinchadiscos que estaba vacío, desolado, y pensé por un segundo que quizás al DJ le había pasado como al Gitanito Antón, al que todo el mundo quería, pero señores que desgracia que mataron al Gitanito Antón. No fue así, el gachó bajó las escaleras con porte de chiqulicuate, camisa calé de geométrica setentera, corbata flojita pa´ mitigar la calor y pelito rapado al cero. Lo abracé como nunca podremos hacerlo en una de nuestras bitácoras y le grité al compás «Muy bueno el Rey pero ¿qué tal una rumba catalana?» Cualquiera que tenga unos mínimos de conocimientos musicales entenderá la incongruencia cubatera, nocturna y canalla de semejante aseveración. Peret, con permiso de El Pescadilla, es la rumba catalana. Reconozco que en ese momento no fui consciente de mi error, así que debió ser el subconsciente el que solicitó « ¿Y si dejamos la rumbita y pegamos un salto a la cumbia, a la cumbia catalana?
El Boongalero se marchó raudo y sonreía, sonreía pero desesperaba porque su mente buscaba la solución al enigma. Corrió los cien metros lisos de la barra, se sumergió en los discos, se produjo el milagro disquero de unir al Rey de la Rumba con mis adorados/añorados Dusminguet y sonó en mi honor la Cumbia Bruja. La canción mágica con la que regresamos al baile durante la primera noche del primer verano del siglo XXI, tras un órdago de discusión fue la cumbia catalana la que curó el extraño dolor, la que alargó la vida con una piel nueva y un paso pa´lante, otro paso pa´ tras.
El mezcladero de sonidos había acertado y yo estaba sin pareja. Cerré los ojos. Oscuridad. Con la mano izquierda agarré su mano, con la derecha abracé su cintura y me dejé llevar hasta el polideportivo oscense donde giramos y giramos y giramos y giramos hasta recobrar el mareo adolescente de los labios, de la mirada cinemascope, de las estrellas en Los Huracanes, del amor.
La noche venía de ron. En el Calaveras y Diablillos se había agotado. El alcohol nos abandonó y fuimos en pos hasta encontrarlo en otros ritmos más poperos pero… eso es otra historia: La historia de los pasos perdidos que me llevaron desde la cumbia catalana hasta el bar Época Dorada y de allí a la hierba húmeda del Parque de Villafeliche al que regresé en busca de inspiración.
Nos recibieron con unas batas de flores para evitar salpicaduras. La camarera estuvo lista y al ver las dimensiones de algunos de mis amigos corrió a por otros modelos, igual de coloridos pero de un par de tallas más grandes. La primera sorpresa fue compartir mesa con otros comensales hasta completar los ocho puestos que rodean la gran plancha que en pocos minutos se convirtió en el Teatro de las Ilusiones, en este caso gastronómico.
No podré enumerar en que consistió el menú que elegí porque a día de hoy no estoy seguro de lo que nos sirvieron y porque me quedé boquiabierto y ojiplato con las habilidades del cocinero. Reconozco que estoy enganchado, Karlos Arguiñano tiene mucha culpa, a los programas de cocina de televisión. Me gusta ver como se va desarrollando cualquier receta, esa mágica conversión de los productos frescos a platos elaborados para disfrutar de olores, colores y sabores.
Pero lo del cocinero japonés era otro estilo. Ayudado por dos espátulas, un par de cuchillos y un tenedor de trinchar se dedicó a elaborar los platos delante de nuestras narices con un oficio que acabó convirtiéndose en ballet de vinagre, molinillo rítmico de pimienta y un salero musical. Hubo momentos, en este punto influyó el vino trasegado, en los que aplaudimos con una alegría muy alejada del gourmet.
Helados, cafés, chupitos y algún espléndido que pidió a la camarera que no se llevara la botella. Ese fue el signo inequívoco de que la noche acabaría rumbera.
La ruta de cubatitas fue una de las habituales hasta que mi memoria golpeó al sentido del ritmo.
— Toc, toc. — dijo — Esta noche en el Calaveras y Diablillos pincha Boogalero DJ con su cargamento de reggae, rumba y patxanga.
La propuesta fue aceptada y el viento festivo viró en dirección a la calle Heroísmo. Era la primera vez que iba a ese garito y en la puerta, antes de entrar, noté el regreso de ese instinto animal que creía perdido, la sensación corporal, biológica, de que el sitio me iba a gustar.
La niebla de nicotina entonaba el lugar. Un esqueleto alojado en la pared del fondo a la izquierda me sugirió la ruta del fondo a la derecha, allí había sitio y pista de baile. Los pies se fueron por derecho, las palmas sabrosas no dejaron de sonar y no son pa´ caminar, que son pa´ bailar, que son pa´ gozar
El Gitano Antón, al que todo el mundo camelaba, sonaba en los altavoces. El Rey Peret con Macaco y la máquina musical de los excepcionales Ojos de Brujo. Bizqueé hasta el puesto del pinchadiscos que estaba vacío, desolado, y pensé por un segundo que quizás al DJ le había pasado como al Gitanito Antón, al que todo el mundo quería, pero señores que desgracia que mataron al Gitanito Antón. No fue así, el gachó bajó las escaleras con porte de chiqulicuate, camisa calé de geométrica setentera, corbata flojita pa´ mitigar la calor y pelito rapado al cero. Lo abracé como nunca podremos hacerlo en una de nuestras bitácoras y le grité al compás «Muy bueno el Rey pero ¿qué tal una rumba catalana?» Cualquiera que tenga unos mínimos de conocimientos musicales entenderá la incongruencia cubatera, nocturna y canalla de semejante aseveración. Peret, con permiso de El Pescadilla, es la rumba catalana. Reconozco que en ese momento no fui consciente de mi error, así que debió ser el subconsciente el que solicitó « ¿Y si dejamos la rumbita y pegamos un salto a la cumbia, a la cumbia catalana?
El Boongalero se marchó raudo y sonreía, sonreía pero desesperaba porque su mente buscaba la solución al enigma. Corrió los cien metros lisos de la barra, se sumergió en los discos, se produjo el milagro disquero de unir al Rey de la Rumba con mis adorados/añorados Dusminguet y sonó en mi honor la Cumbia Bruja. La canción mágica con la que regresamos al baile durante la primera noche del primer verano del siglo XXI, tras un órdago de discusión fue la cumbia catalana la que curó el extraño dolor, la que alargó la vida con una piel nueva y un paso pa´lante, otro paso pa´ tras.
El mezcladero de sonidos había acertado y yo estaba sin pareja. Cerré los ojos. Oscuridad. Con la mano izquierda agarré su mano, con la derecha abracé su cintura y me dejé llevar hasta el polideportivo oscense donde giramos y giramos y giramos y giramos hasta recobrar el mareo adolescente de los labios, de la mirada cinemascope, de las estrellas en Los Huracanes, del amor.
La noche venía de ron. En el Calaveras y Diablillos se había agotado. El alcohol nos abandonó y fuimos en pos hasta encontrarlo en otros ritmos más poperos pero… eso es otra historia: La historia de los pasos perdidos que me llevaron desde la cumbia catalana hasta el bar Época Dorada y de allí a la hierba húmeda del Parque de Villafeliche al que regresé en busca de inspiración.
10 Comments:
Menuda jarana que te has pasado, que juerguecita. Me alegro por la cena, la fiesta y el baile que no falte...luego nos quejaremos de la resaca, ¿verdad?
Un abrazo.
La Virgen de la Santa Resaca, que decían los inmensos Ilegales...
Hola Gubia.
Las resacas. Hace años pensaba que era un mito que nunca me afectaría, ay, que días de acostarse con el sol y levantarse para zamparte un plato de paella con pollo.
Salu2 Córneos.
Hola Detective.
... y bailaré sobre tu tumba.
Salu2 Córneos.
y la pregunta es:
¿encontraste la inspiración?
Un abrazo
Hola Paula.
La inspiración debe raducar eb mezclar con precisión la historia, la paciencia y encontrar el impulso para agitar la cotelera.
Por el momento todo rueda a mi alrededor, en la cabeza tengo un gráfico dibujado, tal vez sólo me falte sentarme de un puñetera vez y enfrentarme, ay que pesado me pongo, a mis miedos.
Lo voy a hacer, lo tengo que hacer ¿y la inspiración? ¡si quiere que venga, esta invitada!!!!
Salu2 Córneos
ue bueeenooo córneo y con lo que me gustan a mi esas alegrías... azuúucar jaja besos!
Hola Laonza.
Azúcar de la gran reina cubana que es Celia Cruz y agua de Lucrecia.
Salu2 Córneos.
Estuvo bueno el carrete parece....
Después de leer y ver las caras de felicidad que adornan las fotos, me dieron ganas irresistibles de salir a menear la "calavera" con algún "diablillo" que quiera acompañarme.
Un beso para ti,
La Reina del Nilo bailarina.
Hola Cleo, mi Reina.
¡qué gran noticia! Esta bitácora proporciona motivos para que Mi Reina le pegue al Carrete de la calavera y, venga, venga, no esperes que seguro las calles y los garitos están llenos de diablillos.
Salu2 Córneos y besitos bailarines
Publicar un comentario
<< Home