Candy
Para Natalia
Candy era una jovenzuela soñadora y despistada que transitó por caminos binarios y montañas de dentadura hasta llegar a la cocina del restaurante Personas Muy Importantes.
Las primeras semanas estuvo destinada en la zona de lavado dónde quedó encargada de enjuagar la vajilla y depositarla en el lavaplatos. Cumplió a la perfección con aquella tarea y eso le valió para ascender a la zona de corte. La destinaron a la sección de verduras, se le asignó un cuchillo recién afilado y aprendió con rapidez a presentar zanahorias en juliana, chalotas en brunoise y tomates a la paisana. Todo le iba viento en popa y algunos veces soñaba con el día que pasaría a la zona noble del restaurante, a la pulcra cocina, impoluta como un laboratorio, frente a los fogones en los que pondría patas arriba el mundo de la gastronomía a base de bizcochos con sabor a patata, tortillas en forma de pastilla de chocolate y almendrucos estructurados en diagramas lógicos input/output. Sin embargo, el capricho de una noche de gripe dejó postrada en la cama a la más eficiente de las camareras y Candy fue seleccionada para sustituirla.
Debutó tomando la minuta, esa era la tradición: El primer mes en el comedor no se cogía ni un plato porque la experiencia había demostrado que era la mejor manera de evitar accidentes provocados por los nervios, las prisas y las ganas de agradar.
Fernando Aínsa fue su primer cliente. El que fuera director de Ediciones de la UNESCO compartía mantel con el periodista Juan Domínguez Lasierra. Candy les puso los manteles, los cubiertos, dos copas para cada uno, anotó la comanda y entre idas y venidas escuchó la conversación que se traían. Un diálogo que era un viaje a todo lo que rodea al hombre, desde el caos de la naturaleza hasta la geografía poética de los espacios donde transcurre la literatura. Territorios y mapas que son fruto de la imaginación de Calvino y “las ciudades invisibles” o el mítico Macondo de Gabriel García Márquez. En el desarrollo de la conversación surgió una pregunta “¿Háblame de las islas literarias?” Candy no lo pudo resistir más, se sentó a la mesa y comenzó a hablar.
— Hace un par de años me mudé al capítulo décimo tercero de la Isla de Idle, una pequeña isla situada en el Volaverunt de un primero derecha junto al lago de los patos, el mismo lago de la película Tomates Verdes Fritos, ¿recuerdan? Había un lago sobre el que se posaron millares de patos. De repente, y sin que nadie lo esperase, el agua bajo de temperatura con tanta rapidez que la congelación atrapó a todos los patos. Tras unos minutos de confusión se pusieron a agitar sus alas con tanta pasión que remontaron el vuelo con el lago adherido a sus patas. Pues ese lago, diga lo que diga la película, fue a parar a las inmediaciones de la Isla de Idle.
» Cuando llegué hasta aquel lugar sólo estaba habitado por un tipo barrigudo y paticorto con el que entablé amistad al instante. Me pasó como en Las Mil y una Noche. Un viento violeta traía cada atardecer la historia de un calvo, un cuento de carnaval o un viaje a Escocia. La brisa cantaba palabras que mi amigo el barriguitas traducía, y de aquellas jornadas recuerdo el Circo Mangani, la República de Calíope, un aguacero de Coca-Cola y un ciento volando.
» Hubo un poeta que cruzó ZG Z Ciudad hasta llegar al pozo dónde habitaba el isleño barrigudo y paticorto. Nadie sabe a ciencia cierta de lo que allí se habló, sin embargo hay quien cuenta que bebieron ginebra, comieron gominolas y cantaron unas bulerías aragonesas de muy padre y señor mío. El poeta dejó La Isla de Idle impregnada de sus versos, de sus escasos adjetivos y de la pasión orgánica por el fútbol. En su afán por situar el lugar dónde había estado escribió una carta a La Real Sociedad Geográfica de Londres para consultar sus coordenadas. Pasaron varios meses hasta que el correo trajo la respuesta: Hemos atendido a su petición de búsqueda cartográfica de La Isla de Idle y después de revisar nuestros numerosos fondos geográficos podemos afirmar que la citada isla no consta en ninguno de nuestros numerosos mapas.
» El poeta renunció a situar en el atlas la isla en la que había pasado tan buenos ratos y determinó que, como bien dicen ustedes, hay territorios que han sido inventados por los escritores para construir un mundo a su medida.
El Jefe de Comedor irrumpió con su imponente presencia. Candy captó a la primera el significado de aquella mirada enfurecida y detuvo el relato, se levantó y se fue en dirección a la cocina. Los dos comensales se sintieron incómodos y disculparon a la camarera sin ningún resultado porque el responsable del buen servicio a las mesas se fue bufando sin hacerles ni caso.
La meteórica carrera de Candy en el mundo de la gastronomía quedó interrumpida de sopetón. El debut como camarera terminó con su regreso a la zona de lavado dónde volvió a enjuagar la vajilla y a depositarla en el lavaplatos.
Candy era una jovenzuela soñadora y despistada que transitó por caminos binarios y montañas de dentadura hasta llegar a la cocina del restaurante Personas Muy Importantes.
Las primeras semanas estuvo destinada en la zona de lavado dónde quedó encargada de enjuagar la vajilla y depositarla en el lavaplatos. Cumplió a la perfección con aquella tarea y eso le valió para ascender a la zona de corte. La destinaron a la sección de verduras, se le asignó un cuchillo recién afilado y aprendió con rapidez a presentar zanahorias en juliana, chalotas en brunoise y tomates a la paisana. Todo le iba viento en popa y algunos veces soñaba con el día que pasaría a la zona noble del restaurante, a la pulcra cocina, impoluta como un laboratorio, frente a los fogones en los que pondría patas arriba el mundo de la gastronomía a base de bizcochos con sabor a patata, tortillas en forma de pastilla de chocolate y almendrucos estructurados en diagramas lógicos input/output. Sin embargo, el capricho de una noche de gripe dejó postrada en la cama a la más eficiente de las camareras y Candy fue seleccionada para sustituirla.
Debutó tomando la minuta, esa era la tradición: El primer mes en el comedor no se cogía ni un plato porque la experiencia había demostrado que era la mejor manera de evitar accidentes provocados por los nervios, las prisas y las ganas de agradar.
Fernando Aínsa fue su primer cliente. El que fuera director de Ediciones de la UNESCO compartía mantel con el periodista Juan Domínguez Lasierra. Candy les puso los manteles, los cubiertos, dos copas para cada uno, anotó la comanda y entre idas y venidas escuchó la conversación que se traían. Un diálogo que era un viaje a todo lo que rodea al hombre, desde el caos de la naturaleza hasta la geografía poética de los espacios donde transcurre la literatura. Territorios y mapas que son fruto de la imaginación de Calvino y “las ciudades invisibles” o el mítico Macondo de Gabriel García Márquez. En el desarrollo de la conversación surgió una pregunta “¿Háblame de las islas literarias?” Candy no lo pudo resistir más, se sentó a la mesa y comenzó a hablar.
— Hace un par de años me mudé al capítulo décimo tercero de la Isla de Idle, una pequeña isla situada en el Volaverunt de un primero derecha junto al lago de los patos, el mismo lago de la película Tomates Verdes Fritos, ¿recuerdan? Había un lago sobre el que se posaron millares de patos. De repente, y sin que nadie lo esperase, el agua bajo de temperatura con tanta rapidez que la congelación atrapó a todos los patos. Tras unos minutos de confusión se pusieron a agitar sus alas con tanta pasión que remontaron el vuelo con el lago adherido a sus patas. Pues ese lago, diga lo que diga la película, fue a parar a las inmediaciones de la Isla de Idle.
» Cuando llegué hasta aquel lugar sólo estaba habitado por un tipo barrigudo y paticorto con el que entablé amistad al instante. Me pasó como en Las Mil y una Noche. Un viento violeta traía cada atardecer la historia de un calvo, un cuento de carnaval o un viaje a Escocia. La brisa cantaba palabras que mi amigo el barriguitas traducía, y de aquellas jornadas recuerdo el Circo Mangani, la República de Calíope, un aguacero de Coca-Cola y un ciento volando.
» Hubo un poeta que cruzó ZG Z Ciudad hasta llegar al pozo dónde habitaba el isleño barrigudo y paticorto. Nadie sabe a ciencia cierta de lo que allí se habló, sin embargo hay quien cuenta que bebieron ginebra, comieron gominolas y cantaron unas bulerías aragonesas de muy padre y señor mío. El poeta dejó La Isla de Idle impregnada de sus versos, de sus escasos adjetivos y de la pasión orgánica por el fútbol. En su afán por situar el lugar dónde había estado escribió una carta a La Real Sociedad Geográfica de Londres para consultar sus coordenadas. Pasaron varios meses hasta que el correo trajo la respuesta: Hemos atendido a su petición de búsqueda cartográfica de La Isla de Idle y después de revisar nuestros numerosos fondos geográficos podemos afirmar que la citada isla no consta en ninguno de nuestros numerosos mapas.
» El poeta renunció a situar en el atlas la isla en la que había pasado tan buenos ratos y determinó que, como bien dicen ustedes, hay territorios que han sido inventados por los escritores para construir un mundo a su medida.
El Jefe de Comedor irrumpió con su imponente presencia. Candy captó a la primera el significado de aquella mirada enfurecida y detuvo el relato, se levantó y se fue en dirección a la cocina. Los dos comensales se sintieron incómodos y disculparon a la camarera sin ningún resultado porque el responsable del buen servicio a las mesas se fue bufando sin hacerles ni caso.
La meteórica carrera de Candy en el mundo de la gastronomía quedó interrumpida de sopetón. El debut como camarera terminó con su regreso a la zona de lavado dónde volvió a enjuagar la vajilla y a depositarla en el lavaplatos.
8 Comments:
Es que cuantas veces no hemos sido como Candy ante una conversación interesante, una propuesta, una mirada.... por cierto te tengo una invitación en mi blog espero que no te moleste ... ni te incordie...
besos Córneo
Hola Laonza.
A mi me pasa constantemente, sobre todo en el autobús, escuchar conversaciones ajenas en las que me gustaría meter la cuchara pero... nos soy tan atrevido como Candy y me callo.
Ya he visto tu invitación y la próxima entrada versará sobre ello.
¿Cómo me va a molestar? al contraio, es todo un halago que te hayas acordado de mi.
Salu2 Córneos.
Hay barreras que no conviene traspasar... ¿o sí?
Hola Sintagma.
Tal vez tengamos que traspasar algunas barreras para aprender cuales no debemos traspasar, ¿mo?
Salu2 Córneos.
¿y no la contrataron de cuentacuentos?
No me lo puedo creer
Besos
Hola Paula.
Al parecer, en algunso lugares, los cuentos no son bien recibidos.
Salu2 Córneos.
Gracias, sobre todo por lo de jovenzuela jejeje
Hola anónimo, ¿o debería decir anónima?
¡¡No me digas que eres Candy!!
Sería prodigioso que uno de mis personajes se reencarnara en carne y hueso, ¿o tal vez sea al revés? un personaje de carne y hueso reencarnado en esta bitácora.
Dudas filosóficas de madrugada...
Salu2 Córneos
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