Hom3najes
El corazón de José Antonio se paró junto al Mediterráneo. El mar que puede verse desde el décimo piso del Edificio Coblanca de la Avenida Europa de Benidorm, el mar y una pequeña isla dónde puedes situar todos los sueños. Tal vez por eso su nicho es el más alto y estoy convencido que desde esa atalaya, por encima de aliagas, carrascas y choperas, podrá escuchar el rumor de las olas.
Las manos habilidosas de Vitoriano sellaron su tumba. Cerré los ojos pero no pude detener las lágrimas que me llevaron hasta mi primer verano con bicicleta.
***
José Antonio esprintó todo lo largo de la calle de la Fuente La Morera, giró a la izquierda, se levantó sobre los pedales, aceleró a tope, la mirada fija en la puerta del Frontón, los músculos tensos, la mano derecha preparada para tirar de freno, la cuesta abajo interminable, curva a la derecha de noventa grados, velocidad desbocada, frenazo en seco, la rueda trasera derrapó, la adrenalina desbordada durante ese instante dónde sólo la suerte puede salvarte el honor de no morder el polvo, la gravilla traicionera no tuvo misericordia y José Antonio dio con sus huesos en el suelo, una vez más.
Cuando llegué hasta él lo encontré enredado entre los pedales de su BH a cada kilómetro un parche. Se debatía enfurecido para recobrar la verticalidad. Frené con suavidad. Mi bicicleta Orbea, la que siempre se estropea, todavía mantenía el brillo de lo recién estrenado pero desprecié la pata de cabra y la dejé tirada sobre el asfalto. Quise ayudarle pero su mirada me hablo con claridad: Como me toques te mato.
***
A mediados de los setenta todavía no se había acuñado la palabra discapacitado, y ahora, cuando pienso en las piernas de José Antonio, en nuestras miradas y en nuestras actitudes, no encuentro rastro ni de maldad, ni de pena. Atisbo el espíritu de chavales de pueblo, de la exaltación de lo heroico, de la amistad por encima de todo, de los sueños de grandeza, de la felicidad. ¿En que curva del camino perdí todo ese bagaje?
***
Reanudé la marcha hasta el cercano cruce de la Cope. Antes de incorporarme a la carretera eché un vistazo a mis espaldas. José Antonio había conseguido incorporarse y comenzaba el ritual de encajar la particularidad de sus piernas sobre los pedales.
La tentación me visitó nada más pasar los Jardines Florida y no pude evitar tomar la calle de la Fuente la Morera. Estaba imbuido por el deseo de vencer a aquella curva de noventa grados. Pedaleé con todas mis fuerzas hasta encarar la cuesta por la que me lancé a tumba abierta. La velocidad aumentó, la puerta del frontón se acercó más y más, sabía que el éxito de la maniobra dependía de elegir el momento adecuado para apretar el freno trasero y provocar un derrape ajustado sobre la gravilla, el ruido elevó el ritmo cardíaco y demandé a la suerte que viniera a salvarme de la curva porque yo no iba a apoyar mi pie derecho sobre el asfalto. La suerte no vino a ayudarme.
Me incorporé y busqué el pañuelo de cuadros grises y blancos que mi madre se empeñaba en meterme en los bolsillos traseros de todos los pantalones. «Nunca se sabe lo que puede pasar» me decía. Empapé de saliva una de sus esquinas, limpié el surco de sangre que brotó de la rodilla izquierda y unas gotitas rojas acabaron adornando el suelo dónde hacía unos minutos había estado tendido José Antonio.
Aquellos rasguños y raspaduras que adornaban a todos los zagales del pueblo no eran heridas, eran las insignias que certificaban nuestro valor.
***
Abrí los ojos para volver a la realidad de Vitoriano colocando multitud de flores. Los presentes, tras rezar un padrenuestro, caminaron hacia la salida del cementerio en procesión silenciosa de cabizbajos. Permanecí estático. Once meses atrás estuve allí, fue en el entierro de Antonio y quise hacerle una visita. Una visita que siempre juré no hacer. Incumplí mi promesa. Frente a su nicho no supe que decir y nada pude pensar. Sólo pena. La pena que siento ante la incapacidad para atrapar las palabras que me permitan moldear sus recuerdos entrelazados con los míos.
Entre Antonio y José Antonio me encontré con el nicho de Isaac Vicente. La muerte siempre es inesperada, pero cuando llega al filo de los treinta años se convierte en una injusticia que soy incapaz de entender.
Para Isaac también guardo en mi memoria la alacena del 1 de julio de 1995, lo recuerdo bien porque ese día celebramos la despedida de soltero de mi cuñado Juan. Una despedida que empezó a la hora del café, se prolongó durante toda la noche y terminó con la llegada del picajoso sol utrillense que nos obligó a volver a casa.
***
Llevábamos terciada la visita a todos los bares cuando me encontré con Isaac en la Plaza del Ayuntamiento. Él venía de El Templo y yo me dirigía hacía el Atlantic. Cruzamos nuestras miradas. La mía intentaba ser la del vaquero más duro del oeste. Isaac sonrió expectante. Lo reconozco: A menudo disfruto provocando a esos hombretones gigantes y forzudos que atesoran un gran corazón. Les amenazo, les provoco y les pincho. Ellos reconocen la jovialidad del encuentro y ríen a mandíbula batiente.
Isaac era tan enorme que mi barbilla apenas llegaba a la altura de su pecho. Me preguntó a que se debía tanto jolgorio. «Es por El Espartaco» le dije. «Tiene intención de casarse». No me pregunten que extraño arrebato se apoderó de mi voluntad para ponerme a bailar. No era un baile cualquiera, era la danza del mejor púgil de pueblo. Los puños sólo abandonaban la defensa del rostro para marcar los golpes a un milímetro del cuerpo de Isaac. Un directo, un crochet, combinación derecha – izquierda y gancho. Me alegré al escuchar sus carcajadas que se fundieron con las mías. Ya me iba a despedir pero… Isaac se agachó.
Fue un movimiento rápido e inesperado. Sus manos atraparon mis tobillos y me elevó por los aires hasta quedarnos en una extraña posición. Isaac de pie con los brazos estirados, entre sus manos mis tobillos. De esta guisa fui incapaz de mantener la verticalidad, así que coloqué mi cuerpo en paralelo al suelo y apoyé las manos sobre sus hombros. Nuestras caras se quedaron una enfrente de la otra.
«Menos mal que somos amigos, ¿eh?» dijo muy serio. Aún no había contestado cuando permitió que mis pies volvieran a tierra. Empezó a alejarse entre risotadas mientras repetía una y otra vez «¡Javi, te has asustado! ¡Que te has asustado!» No se volvió pese a mis gritos que unas veces pedían venganza y otras le proponían la penúltima copa de la noche. Me hubiera gustado seguirle pero no pude, un ostentoso temblor de rodillas, entre el miedo y la tajada etílica, me lo impidió.
***
Nada más cruzar la puerta del cementerio me impuse la obligación de volver a ver el mundo con los ojos de la alegría. Fue difícil porque la pena sobrevolaba en el ánimo de todos. Mi mirada seleccionó el rostro desencajado de Pili Pérez, cuñada de José Antonio. A su lado estaba Pili Vicente, hermana mayor de Isaac. Junto a ellas se encontraba Natalia, hija de Antonio. No era la primera vez que las veía juntas, ni será la última.
El recuerdo me transportó a las calles de Utrillas en el mes de septiembre de 1982. Sobre una carroza engalanada de tules pude ver a las mujeres de hoy cuando eran tres niñas preciosas.
Las manos habilidosas de Vitoriano sellaron su tumba. Cerré los ojos pero no pude detener las lágrimas que me llevaron hasta mi primer verano con bicicleta.
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José Antonio esprintó todo lo largo de la calle de la Fuente La Morera, giró a la izquierda, se levantó sobre los pedales, aceleró a tope, la mirada fija en la puerta del Frontón, los músculos tensos, la mano derecha preparada para tirar de freno, la cuesta abajo interminable, curva a la derecha de noventa grados, velocidad desbocada, frenazo en seco, la rueda trasera derrapó, la adrenalina desbordada durante ese instante dónde sólo la suerte puede salvarte el honor de no morder el polvo, la gravilla traicionera no tuvo misericordia y José Antonio dio con sus huesos en el suelo, una vez más.
Cuando llegué hasta él lo encontré enredado entre los pedales de su BH a cada kilómetro un parche. Se debatía enfurecido para recobrar la verticalidad. Frené con suavidad. Mi bicicleta Orbea, la que siempre se estropea, todavía mantenía el brillo de lo recién estrenado pero desprecié la pata de cabra y la dejé tirada sobre el asfalto. Quise ayudarle pero su mirada me hablo con claridad: Como me toques te mato.
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A mediados de los setenta todavía no se había acuñado la palabra discapacitado, y ahora, cuando pienso en las piernas de José Antonio, en nuestras miradas y en nuestras actitudes, no encuentro rastro ni de maldad, ni de pena. Atisbo el espíritu de chavales de pueblo, de la exaltación de lo heroico, de la amistad por encima de todo, de los sueños de grandeza, de la felicidad. ¿En que curva del camino perdí todo ese bagaje?
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Reanudé la marcha hasta el cercano cruce de la Cope. Antes de incorporarme a la carretera eché un vistazo a mis espaldas. José Antonio había conseguido incorporarse y comenzaba el ritual de encajar la particularidad de sus piernas sobre los pedales.
La tentación me visitó nada más pasar los Jardines Florida y no pude evitar tomar la calle de la Fuente la Morera. Estaba imbuido por el deseo de vencer a aquella curva de noventa grados. Pedaleé con todas mis fuerzas hasta encarar la cuesta por la que me lancé a tumba abierta. La velocidad aumentó, la puerta del frontón se acercó más y más, sabía que el éxito de la maniobra dependía de elegir el momento adecuado para apretar el freno trasero y provocar un derrape ajustado sobre la gravilla, el ruido elevó el ritmo cardíaco y demandé a la suerte que viniera a salvarme de la curva porque yo no iba a apoyar mi pie derecho sobre el asfalto. La suerte no vino a ayudarme.
Me incorporé y busqué el pañuelo de cuadros grises y blancos que mi madre se empeñaba en meterme en los bolsillos traseros de todos los pantalones. «Nunca se sabe lo que puede pasar» me decía. Empapé de saliva una de sus esquinas, limpié el surco de sangre que brotó de la rodilla izquierda y unas gotitas rojas acabaron adornando el suelo dónde hacía unos minutos había estado tendido José Antonio.
Aquellos rasguños y raspaduras que adornaban a todos los zagales del pueblo no eran heridas, eran las insignias que certificaban nuestro valor.
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Abrí los ojos para volver a la realidad de Vitoriano colocando multitud de flores. Los presentes, tras rezar un padrenuestro, caminaron hacia la salida del cementerio en procesión silenciosa de cabizbajos. Permanecí estático. Once meses atrás estuve allí, fue en el entierro de Antonio y quise hacerle una visita. Una visita que siempre juré no hacer. Incumplí mi promesa. Frente a su nicho no supe que decir y nada pude pensar. Sólo pena. La pena que siento ante la incapacidad para atrapar las palabras que me permitan moldear sus recuerdos entrelazados con los míos.
Entre Antonio y José Antonio me encontré con el nicho de Isaac Vicente. La muerte siempre es inesperada, pero cuando llega al filo de los treinta años se convierte en una injusticia que soy incapaz de entender.
Para Isaac también guardo en mi memoria la alacena del 1 de julio de 1995, lo recuerdo bien porque ese día celebramos la despedida de soltero de mi cuñado Juan. Una despedida que empezó a la hora del café, se prolongó durante toda la noche y terminó con la llegada del picajoso sol utrillense que nos obligó a volver a casa.
***
Llevábamos terciada la visita a todos los bares cuando me encontré con Isaac en la Plaza del Ayuntamiento. Él venía de El Templo y yo me dirigía hacía el Atlantic. Cruzamos nuestras miradas. La mía intentaba ser la del vaquero más duro del oeste. Isaac sonrió expectante. Lo reconozco: A menudo disfruto provocando a esos hombretones gigantes y forzudos que atesoran un gran corazón. Les amenazo, les provoco y les pincho. Ellos reconocen la jovialidad del encuentro y ríen a mandíbula batiente.
Isaac era tan enorme que mi barbilla apenas llegaba a la altura de su pecho. Me preguntó a que se debía tanto jolgorio. «Es por El Espartaco» le dije. «Tiene intención de casarse». No me pregunten que extraño arrebato se apoderó de mi voluntad para ponerme a bailar. No era un baile cualquiera, era la danza del mejor púgil de pueblo. Los puños sólo abandonaban la defensa del rostro para marcar los golpes a un milímetro del cuerpo de Isaac. Un directo, un crochet, combinación derecha – izquierda y gancho. Me alegré al escuchar sus carcajadas que se fundieron con las mías. Ya me iba a despedir pero… Isaac se agachó.
Fue un movimiento rápido e inesperado. Sus manos atraparon mis tobillos y me elevó por los aires hasta quedarnos en una extraña posición. Isaac de pie con los brazos estirados, entre sus manos mis tobillos. De esta guisa fui incapaz de mantener la verticalidad, así que coloqué mi cuerpo en paralelo al suelo y apoyé las manos sobre sus hombros. Nuestras caras se quedaron una enfrente de la otra.
«Menos mal que somos amigos, ¿eh?» dijo muy serio. Aún no había contestado cuando permitió que mis pies volvieran a tierra. Empezó a alejarse entre risotadas mientras repetía una y otra vez «¡Javi, te has asustado! ¡Que te has asustado!» No se volvió pese a mis gritos que unas veces pedían venganza y otras le proponían la penúltima copa de la noche. Me hubiera gustado seguirle pero no pude, un ostentoso temblor de rodillas, entre el miedo y la tajada etílica, me lo impidió.
***
Nada más cruzar la puerta del cementerio me impuse la obligación de volver a ver el mundo con los ojos de la alegría. Fue difícil porque la pena sobrevolaba en el ánimo de todos. Mi mirada seleccionó el rostro desencajado de Pili Pérez, cuñada de José Antonio. A su lado estaba Pili Vicente, hermana mayor de Isaac. Junto a ellas se encontraba Natalia, hija de Antonio. No era la primera vez que las veía juntas, ni será la última.
El recuerdo me transportó a las calles de Utrillas en el mes de septiembre de 1982. Sobre una carroza engalanada de tules pude ver a las mujeres de hoy cuando eran tres niñas preciosas.
16 Comments:
Hacía días que no entraba.
Imagino que escribirás una novela. Que dejarás todos tus quehaceres para poder dedicarte a ello.
Tendrás una lectora en mí.
No sé qué más decir. Me ha encantado. No sobra ni falta nada en lo que escribes.
Los que tenemos blogs normalmente, los tenemos para tener una comunicación con el mundo. Ni somos escritores, ni pretendemos, ni nada de nada. Pocos escritores he encontrado. Y me parece ver en tí uno de ellos.
Siento si es una tontería lo que digo, pero lo hago con cariño.
Un abrazo
Hola Princesa que has venido hasta esta bitácora en esa hora dónde la comida reposa para alegrarme la tarde, el día, el fin de semana, todo el mes que viene y hasta donde no puedo ver.
Gracias.
Escribir una novela... eso son palabras mayores y además creo que nunca me atreveré, pura cobardía, a dejar todos mis quehaceres (rutinarios y aburrdos casi todos) para dedicarme a ello.
No hay nada más que decir... si te ha encantado yo me encuentro más feliz que unas pascuas.
Escritor... una palabra demasiado grande para un peón como yo, peón de obra, de tirar de pala y amasar las palabas con la torpeza del aprendiz.
He notado el cariño en tus letras y... después de este baño de felicidad tengo que regresar a mis quehaceres: Fregar los platos, recoger la cocina, tender la colada y escuchar en el autobús a los Violadores del Verso antes de ir a clase de teatro, allí volveré a soñar y esta vez mi monólogo irá dedicado a mi Princesa.
Salu2 Córneos.
Un bueno homenaje para tus amigos y una buena lección de amistad a través de los recuerdos. Eres afortunado por tener esos amigos y porque un días disfrutaste de ellos, bueno no un día, muchos aunque ahora no parezcan suficientes verdad? Me ha gustado mucho, como siempre. Un abrazo.
HOla Gubia.
Este texto lo escribí hace tiempo. Ahora lo vuelvo a leer y no estoy seguro de si el homenaje es a los fallecidos o a esas tres niñas, tal vez pretenda serlo para todos ellos, no lo se.
José Antonio es hermano de un buen amigo.
Antonio es mi cuñado.
Isaac, no se, simpre me gustó porque se llamaba como mi padre y mi hermano. No éramos de la misma generación pero los recuerdos no miran eso convencionalismos.
Salu2 Córneos.
¿En qué curva del camino, perdí todo ese bagaje? que hermosa frase lograste construir, tus escritos siempre me recuerdan a escritores leidos por mí o quizá, yo soy la busco asociarlos a ti. Hoy recordé a través de ti a Clarice Lispector.
Cuatro elementos juntos: amistad, sueños, grandeza y valor.
Monique.
Córneo, buen nombre has escogido!así de necesario, de delicado, de sublime...por que nos permites ver más allá de las palabras... me repito en halagos de los que venimos aqui a buscar lo que das... (tu mensaje en mi post no imaginas como lo sentí, te digo que hay muchas maneras de serlo!)
besos y abrazos muy sentidos..
LAONZA
Lo siento...
Es un homenaje precioso. Las tres mujeres que seguro siguen siendo niñas agradecerán mucho que estés ahí...
Un abrazo de ánimo, de otra niña con rodillas peladas.
Yo también te abrazo y muestro mis rodillas peladas. Aun se ven las cicatrices.
Buen homenaje, y cómo juegas con el tiempo, cómo estiras y encoges los momentos, y transportas el presente hasta el preciso momento donde se puede soportar, donde las promesas aún no se han roto, donde los sueños son vírgenes.
La imagen de esas tres niñas juntas me parece conmovedora, y la del nicho con el murmullo del mar, sobrecogedor.
Y creo que deberías plantearte lo de escribir en serio. Aquí hay calidad, de la buena.
Hola Monique.
En esta misma bitácora hay una entrada donde se habla de algunas de eas perdidas:
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com/2006/03/diez-lamentos-despus-de-la-cuarentena.html
Que mis escritos te recuerden a escritores a lo que yo no he leído no deja de ser uno de los más bellos piropos que puedo leer. Gracias.
A tus cuatro elementos me atrevo a añadir otros cuatro: Odio, realidad, vileza y miedo. Creo que si aderezamos los ocho en una buena ensalada... el éxito esta asegurado.
Salu2 Córneos.
Hola Laonza.
El lector es el gran responsable en el mérito de ir más allá de las palabras.
Y un chiste privado, si me lo permites: Hay muchas formas de serlo y sólo una de hacerlo ;-)
Gracias por tus palabras que también van más allá.
Salu2 Córneos.
Hola Tamaruca, ¿o debería decir Tamaruferomonacas? ;-))))
Agradezco tu lamento de niña con mercromina.
Salu2 Córneos.
Hola Paula de la cuerda floja.
De esas cicatrices brotarán las más bellas palabras... las musas me lo han dicho.
Manejar el tiempo ha sido siempre una de mis obsesiones, ir y venir con la energía suficiente para no perder al lector.
Iba a poner una foto de las niñas pero pensé que era mejor dejar fantasear a los lectores y creo que acerté.
¿Escribir en serio? Me miedo sólo decirlo... Gracias por los ánimos es lo más caluroso contra este frio de viento y sol.
Salu2 Córneos.
Tú siempre escribes en serio, córneo. Ejemplos como este dan sobrada cuenta de ello.
Lánzate al abismo cuando quieras, tienes red
Ya te dije hace tiempo que la comparacion entre la altura del nicho y la del apartamento en Benidorm (desde ambas vió y verá el mar)era impactante.
Por si no lo recuerdas, el relato es fabuloso.
Tu fiel admirador.
Retruecano
Hola Detective.
Supongo que por mucho que lo quiera ocultar o esconder, al final tendré que admitir que escribo en serio (y algunas veces descojonado de risa) ;-)
El abismo seguro que no es tan tenebroso como lo imáginamos desde aquí.
Salu2 Córneos, maestro.
Hola Retruécano.
Recuerdo perfectame tu opinión sobre este texto. Ha sido uno de los motivos que me ha llevado a recuperarlo para la bitácora.
Salu2 Córneos.
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