La curvatura de la córnea

15 octubre 2006

El Gran Circo Mundial

Los empleados de FCC estuvieron desbrozando los hierbajos que habían crecido durante todo el año, una maquina alisadora acondicionó el solar, tres postes metálicos con electricistas trepadores suministraron la energía eléctrica y se abasteció la zona de agua potable a través de una manguera rígida, negra y con vocación circular.
Corría por el tercer cinturón desde Las Fuentes en dirección a Torrero. Iba a ritmo como para batir mi marca de los ocho kilómetros cuando al pasar junto al Parque Torreramona vi la carpa del Gran Circo Mundial. Una valla sin relumbrón sitiaba todo el recinto y a través de tan suave cerco pude alcahuetear las caravanas acicaladas de geranios, claveles y un millón de floridas macetas, un huerto de antenas parabólicas orientadas hacia la globalización catódica y el camión dormitorio en cuyas literas aún dormían los peones. El campamento se despertó al sonido infantil de niños ataviados con libros, cuadernos y carteras. Se dirigían a una particular escuela ambulante con techos de lona. Los artitas de la ilusión ambulante se asomaban a la mañana todavía perezosos, como naciendo a una realidad de desayuno y rutina doméstica, empujados hacía un solo objetivo: Poner a punto la maquinaria del mayor espectáculo del mundo.
La tarde se hizo noche en la última fila del graderío circular y las luces de colores inauguraron la función. El Circo me gusta porque las emociones se sienten a flor de piel, porque no hay trampa ni cartón, porque me maravilla como la técnica, la fuerza, la habilidad y el ingenio se unen en busca del aplauso, el respeto y el más difícil todavía. Un maravilloso mundo representado en la pista, un lugar mítico en el que no se tiene en cuenta ni el sexo ni la raza de los protagonistas, allí dónde sólo cuenta el espectáculo: La belleza bailó contradiciendo las leyes de la gravedad, lo hizo a veinte metros de altura, prendida de dos largos retales granates que retorció, acarició y anudó con tanta suavidad que cuando el sueño se desbarató, el cuerpo de la artista estuvo a punto de estrellarse contra el suelo y el grito angustiado del público puso broche final a la fantasía.
Cien mil chinos entre saltos, cabriolas y acertados brincos para traspasar los círculos superpuestos de algún templo milenario. Tal vez cien mil fueran pocos ante el despliegue de correrías, elevaciones y veloces demostraciones de las infinitas formas que las artes marciales ayudan a conocer y amar nuestro cuerpo. Un millón de chinos con millones de gorros, la cabeza siempre cubierta por uno de ellos y el resto venga a girar y a girar que de tantas vueltas ya no supe ni cuantos chinos ni cuantos gorros había. El malabarista de los tropecientos aros, mazas, pelotas de fútbol y un frenético baile entre el aire y sus manos. Los caballos blancos trotaron por peteneras la música del far west, los leones somnolientos soñaban tristones con las sabanas de Kenia mientras los elefantes bailaron tan desenfadados como voluminosos. Un señor corre que te corre sobre una rueda suspendida en el aire hasta que nuestros corazones se escaparon por la garganta, el número del payaso lo había visto tantas veces que me maravilló cuando la sonrisa regresó a mis labios, los equilibristas de la pista se movieron con pasitos cabareteros sobre la cuerda floja, el mago que surgió del humo hizo desaparecer una y otra vez a tres bailarinas, los gimnastas de pantalones anchos bailaron a ritmo de rap mientras el tiempo pasaba en un no parar. Pero lo mejor de la tarde volvió a estar en los niños. Fue mi sobrina Paula quien me propuso ir al Circo (creo que ya sabe que soy incapaz de negarme para según que cosas) Disfruté tanto de su ojos abiertos, tan abiertos que la boca siempre la tuvo cerrada, de su atenta expresión y de las manos. Manos extendidas hasta las puntas de los dedos, enfrentadas, preparadas para el aplauso pero estáticas durante muchos minutos, incapaces de moverse porque el magnetismo de la pista no dejaba respiro.
La noche recién estrenada nos recibió a la salida con estrellas y bombillas tintineantes. Hice honor a mi fama y busqué alguna motivación infantil que justificase mi pasión por el Circo El recuerdo llegó y no era una evocación a la niñez: El Circo Mangani exigió, de una vez por todas, el tiempo y la valentía necesaria para abrir la carpeta verde, desempolvar los folios y terminar tan apasionante como inacabado relato.

10 Comments:

At 16 octubre, 2006 15:34, Anonymous Anónimo said...

Tío, ten niños.
No te dé risa, no...

 
At 16 octubre, 2006 16:33, Blogger Javier López Clemente said...

Hola inde.
No me puede dar la risa ante un elogio tan grande.
Gracias.

 
At 16 octubre, 2006 19:44, Blogger El detective amaestrado said...

Me encanta el circo, pero siempre he percibido un punto de tristeza en el espectáculo, algo decadente, como de empresa que se rompe a jirones, trapecistas con agujeros en las mallas, payasos amargados...

 
At 16 octubre, 2006 20:09, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Detective.
Es cierto a mi también me ocurre en ocasiones, sobre todo con las fieras, por eso prefiero un circo sin animales.
Esa decadencia que se masca es parte del encanto. ¿Payasos amargados? no, amargados no, quizás tristes...

 
At 16 octubre, 2006 23:37, Blogger Paula said...

Yo nunca he ido al circo, precisamente por lo de los animales. Tampoco he visitado un zoo. Espero, eso sí, poder hacer algún día un safari.

¿se apunta alguien?

Un abrazo

 
At 17 octubre, 2006 12:16, Anonymous Anónimo said...

Estoy con el Detective y Koquira; el circo me deprime y no sé exactamente el motivo.
Seguramente he decidido que la vida ambulante da tristeza y me puede el observar los asientos de madera cutrecillos o el suelo de tierra, ¡que se yo!.
Eso sí, me encanta ver que hay gente que disfruta con él.Fue un placer ver a mi hijo reir la primera vez que lo llevé.Eso sí, mi Daniel es que lo vive todo tanto....

 
At 17 octubre, 2006 16:16, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Paula.
Hay circos sin animales que son todo un espectáculo, además del Cirque du Soleil yo siempre recomiendo el Circ-Cric, no lo dejes escapar si tienes ocasión de ir a una de sus funciones.
¿Un Safari? ¿Y que vamos a fotografiar?
Un abrazo

 
At 17 octubre, 2006 16:17, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Koquira.
Contra la depresión y el miedo no tengo remedios...

 
At 17 octubre, 2006 16:21, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Lamima
Es cierto que siempre hay una aire melancólico en derredor del Circo. Durante mi infancia visitó el pueblo uno de esos circos desastrosos y tristes, muy tristes. Recuerdo estar junto a la jaula de un león humillado y muy triste.
Pero lo importante son los ojos de Daniel, en esta época de multimedia y pixel todavía es posible emocionar con la mágia del mayor espectáculo del mundo.
Un abrazo.

 
At 17 octubre, 2006 21:47, Blogger Paula said...

ok, Javier

seguiré tus recomendaciones en cuanto pueda

Un abrazo

 

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