Junto al mar (II)
Nuestra torpeza con la palas de madera había quedado demostrada, aceptada y asimilada, por eso jugábamos con la pelotita amarilla. Yo se la lanzaba a Paula con precisión y despacito. Ella se la tiraba a su tía con ese puntito de mala leche, unas veces desviada, otras muy alta y la mayoría cortita. Migue ponía caras de cabreo y nosotros nos partíamos de risa. A mi me llegaba con furia pero bien dirigida. Era una agradable mañana para estar jugando con el agua hasta los tobillos.
Fue la segunda vez que me desplazaba hacía mi derecha, cogí la pelotita con la precisión de una profesional de béisbol y entonces lo sentí. No fue un arañazo, ni un mordisco. Fue un pinchazo breve pero muy intenso. Mis gestos de dolor, aspavientos y muecas provocaron risas entre las chicas. El dedo gordo del pie izquierdo comenzaba a calentarse cuando llegué hasta las esterillas, palpé toda la zona y no encontré ni gota de sangre, eso me tranquilizo durante un nano segundo. El dolor se había pasado a la planta del pie y temí no poder caminar. Las chicas ya no reían cuando me calcé las chancletas. «Tranquilas» alcancé a decir mientras comencé a caminar sobre la arena con pasos retorcidos. Llegué hasta el paseo marítimo sincopado, dolorido hasta el tobillo y sin saber muy bien que hacer.
A lo lejos divisé la bandera de la Cruz Roja y hacía allí dirigí. Largo y tortuoso fue el camino porque el dolor había detenido su ascensión pero aumentaba su intensidad de tal guisa que me planté delante del consultorio retorciéndome como la cola cortada de una lagartija.
Me recibió la abundante sonrisa de un jovencito más negro que el betún, quiero decir negro de ser negro, no el moreno adherido a la piel de los nativos de las costas, no, un negro de tomo y lomo que sólo hacía que reír.
— Va a ser usté el primero de la temporá — me dijo.
— ¿El primero?
— Si señó. Aquí no es habitual, aquí lo habitual son las medusas. Pero usté no trae cara de medusa.
Mientras hablaba había llenado un cubo con lo que parecía agua calentita y me lo ofreció, de nuevo, con la sonriente dentadura.
— Meta el pie con el escozó, es sólo agua caliente.
Noté un ligero alivio.
— El calor abrirá el picotazo. Después le pondré unas gasas con amoniaco diluido. Y no le de vergüenza gritá. Yo he visto a un legionario tatuao bramar a pleno pulmón
Y bramé, vaya que si bramé. El dolor empezó a remitir cuando pensaba que no resistiría más. Remitió y remitió hasta convertirse en una incómoda pulsación. Entonces, sólo entonces, le devolví la sonrisa al voluntario.
— El amoniaco sólo le aliviará, así que tendrá molestias durante unos días. Si se le inflama la zona o vuelve el dolor venga de nuevo porque tal vez sea alérgico al veneno.
— ¿Veneno? — acerté a preguntar.
— Si veneno, el pez araña inocula veneno en su presas y es el responsable de todos esos dolores tan horribles.
— ¿Un pez araña? Pero si estaba con el agua en los tobillos.
— Sería algún ejemplar pequeño. A veces se entierran en la arena.
Cogió un frasco de la estantería y me lo mostró. El pez más feo que yo haya visto en el mundo. Salí vivo pero renqueante y, cuan Capitán Ahab, juré perseguir a todos los peces araña que pueblan los mares. Desde ese fatídico día no tengo pensamiento para otra cosa que no sea la venganza y la destrucción.
Fue la segunda vez que me desplazaba hacía mi derecha, cogí la pelotita con la precisión de una profesional de béisbol y entonces lo sentí. No fue un arañazo, ni un mordisco. Fue un pinchazo breve pero muy intenso. Mis gestos de dolor, aspavientos y muecas provocaron risas entre las chicas. El dedo gordo del pie izquierdo comenzaba a calentarse cuando llegué hasta las esterillas, palpé toda la zona y no encontré ni gota de sangre, eso me tranquilizo durante un nano segundo. El dolor se había pasado a la planta del pie y temí no poder caminar. Las chicas ya no reían cuando me calcé las chancletas. «Tranquilas» alcancé a decir mientras comencé a caminar sobre la arena con pasos retorcidos. Llegué hasta el paseo marítimo sincopado, dolorido hasta el tobillo y sin saber muy bien que hacer.
A lo lejos divisé la bandera de la Cruz Roja y hacía allí dirigí. Largo y tortuoso fue el camino porque el dolor había detenido su ascensión pero aumentaba su intensidad de tal guisa que me planté delante del consultorio retorciéndome como la cola cortada de una lagartija.
Me recibió la abundante sonrisa de un jovencito más negro que el betún, quiero decir negro de ser negro, no el moreno adherido a la piel de los nativos de las costas, no, un negro de tomo y lomo que sólo hacía que reír.
— Va a ser usté el primero de la temporá — me dijo.
— ¿El primero?
— Si señó. Aquí no es habitual, aquí lo habitual son las medusas. Pero usté no trae cara de medusa.
Mientras hablaba había llenado un cubo con lo que parecía agua calentita y me lo ofreció, de nuevo, con la sonriente dentadura.
— Meta el pie con el escozó, es sólo agua caliente.
Noté un ligero alivio.
— El calor abrirá el picotazo. Después le pondré unas gasas con amoniaco diluido. Y no le de vergüenza gritá. Yo he visto a un legionario tatuao bramar a pleno pulmón
Y bramé, vaya que si bramé. El dolor empezó a remitir cuando pensaba que no resistiría más. Remitió y remitió hasta convertirse en una incómoda pulsación. Entonces, sólo entonces, le devolví la sonrisa al voluntario.
— El amoniaco sólo le aliviará, así que tendrá molestias durante unos días. Si se le inflama la zona o vuelve el dolor venga de nuevo porque tal vez sea alérgico al veneno.
— ¿Veneno? — acerté a preguntar.
— Si veneno, el pez araña inocula veneno en su presas y es el responsable de todos esos dolores tan horribles.
— ¿Un pez araña? Pero si estaba con el agua en los tobillos.
— Sería algún ejemplar pequeño. A veces se entierran en la arena.
Cogió un frasco de la estantería y me lo mostró. El pez más feo que yo haya visto en el mundo. Salí vivo pero renqueante y, cuan Capitán Ahab, juré perseguir a todos los peces araña que pueblan los mares. Desde ese fatídico día no tengo pensamiento para otra cosa que no sea la venganza y la destrucción.
Etiquetas: Relato
7 Comments:
Seguro que esos peces son tan malos como sus primas las arañas, yo las tengo pánico. El otro día llegué a casa de madrugada y me encuentro a una en la habitación, peluda, fea y peleona. En fín, las tengo pánico,así que acabé durmiendo en la habitación de mi hermano...que valiente! Al día siguiente mis gritos al volver a verla se oían en todo en barrio. No sé porque me dan tanto miedo, cuando veo un ratón y me chiflan...cosas que pasan. A ti seguró que te picó porque tienes unas piernas muy atractivas,jajaja.Un beso y que se cure pronto.
Pobrecito, te entiendo. A mi hija le picó una faneca (que es como le llaman en Galicia al pez araña)y fue horrible. Tuve que llevarla en brazos al puesto de la Cruz Roja porque no podía ni apoyar el pie. A partir de ese día seguimos los consejos de los lugareños y nos compramos unas "fanequeras", que son esas sandalias de goma de toda la vida abrochadas con hebilla al lado, pero que las fanecas, como están semienterradas, no traspasan si pican. Ya verás como en un par de días estás bien, ánimo! No dejes de jugar con tus chicas en la orilla.
Hola Gubia.
Hoy me he pasado toda la tarde mirando mis piernas. Morenas, el pelo justo, torneadas pantorrilas, en fin, nunca había reparado en ello pero tienes razón: Tengo unas piernas muy atractivas
:-)
Hola Clarisa.
Las fanequeras nunca las calcé. Me acuerdo de crio que la madre de alguno de la panda las compraba para trastear por los rios pero... nadie nunca jamás se las puso, hubiera sido una desohonra. :-)
Seguí jugando con las chicas aunque las molestías han durado mas de diez días.
Hola Carlos y bienvenido.
¡Pez araña! tal vez no te suene, Clarisa lo ha llamado faneca.
¿Tejer? lo desconozco, pero picar pican :-)
¿Lo quieres ver? vete al siguiente enlace y ahí lo tienes de chulito:
http://www.arconet.es/users/marta/Pezarana.htm
Ay, si que me hiciste reír, la historia estuvo diverida, hasta escuché tus gritos, ja ja ja. Y el final me encantó, veré que vieneel la tercera parte, porque a la cuarta ya me adelanté.
Pez araña, cuidao que un humano te persigue, y bueno una humana será precavida de andar en el mar...
Hice un pequeño castillo y un ojo asomó por una de sus ventanas, vaya sorpresa, el pez araña, me hacía un guiño de complicidad...
Hola enigmática.
Hacer reír es un privilegio, una meta soñada, un delicioso reto.
¿Construyendo castillos para el enemigo? Te reto, elige armas y campo de batalla, sólo un ruego, que no sea en el verso.
:-)
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