Tealosophy
Mi relación con el té comenzó en las estanterías de una tienda supermodernadelomás del Paseo de Gracia. Decidí entrar en aquel templo del diseño porque quería comprar una tetera que dejase boquiabierta a la que por entonces todavía era mi novia. Migue había abandonado por aquella fechas la ingesta masiva de café y pensé que tal vez necesitaba un empujoncito para introducirse en el oloroso mundo Green Peach, Tealosophy o Darjeeling. Sin saber muy bien como ocurrió me encontré inmerso en un mar de cacharros y cachivaches de extrañas formas y colores. Potes con tiradores infinitesimales, asas churriguerescas y pitorros tan garbosos como el de Nacho Vidal. La inseguridad propia de un paleto en la gran ciudad me hizo declinar la ayuda ofrecida por una dependienta top model que me dejó sudoroso y sin respiración. Tras una hora de rebuscar con atónita mirada, me decidí por el más barato de aquellos artilugios. Lo hice sabiendo que mi presupuesto alimenticio se iría al garete y que durante todo el fin de semana sólo podría comer la oferta de alitas de pollo picantes y peludas del Kentucky de La Ramblas.
Rodeé la entrega de la tetera con todo un ritual. Música China a cargo de Jean Michael Jarre, el olor de hebras de té verde, flores de jazmín y el mejor perfume que pude encontrar en el colmado del Repollés. Migue rasgó el papel de regalo con incredulidad, sus ojos no podían creer que el brutico de su novio hubiera tenido la delicadeza de tener un detalle tan fino. Tomó entre sus manos aquella pieza de acero inoxidable. La miró del derecho y del revés, abrió la tapa tirando de una luna menguante y por fin me abrazó con su sonrisa antes de afirmar que le había gustado mucho el azucarero y que tal vez sería una buena idea aprovechar algún otro viaje a Barcelona para comprar una tetera a juego.
Rodeé la entrega de la tetera con todo un ritual. Música China a cargo de Jean Michael Jarre, el olor de hebras de té verde, flores de jazmín y el mejor perfume que pude encontrar en el colmado del Repollés. Migue rasgó el papel de regalo con incredulidad, sus ojos no podían creer que el brutico de su novio hubiera tenido la delicadeza de tener un detalle tan fino. Tomó entre sus manos aquella pieza de acero inoxidable. La miró del derecho y del revés, abrió la tapa tirando de una luna menguante y por fin me abrazó con su sonrisa antes de afirmar que le había gustado mucho el azucarero y que tal vez sería una buena idea aprovechar algún otro viaje a Barcelona para comprar una tetera a juego.
Etiquetas: Relato
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