Envidia
La niña del chándal rojo me adelantó. Lo hizo a la carrera y con una carcajada atrapada entre las mejillas sonrosadas. El pelo era de esa tonalidad rubia que empieza a pasarse al castaño. Un coletero multicolor no podía impedir que algunos mechones se escaparan para recibir un manotazo que nada solucionaba. Tendría seis o siete años cuando, tras rebasarme, extendió los brazos y así anduvo a la carrera durante quince o veinte metros. Al otro lado del sprint la esperaba un tipo tan gris como yo. Ella rodeó su cuello de chisporroteante vitalidad. Él la abarcó con sus brazos, cerró los ojos y se fundieron. Desde la distancia pude sentir el amor paternal como una explosión de colores. Al llegar a la altura de ambos el achuchón continuaba. Fue entonces. La envidia apuñaló por enésima vez mi soledad.
Etiquetas: Relato
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